EL PAÍS DE RAMÓN MÉRICA en Diario Uruguay
El apartamento de Ramón Mérica es una construcción inacabada que todos los días y todas las noches avanza un poco más. Está poblado de recuerdos y objetos que señalan de manera inequívoca el espíritu barroco y la inquietud permanente de su propietario. A las reformas constantes, a los muebles, los libros y objetos que contiene se suma la vida de los personajes que lo frecuentan y en todos los casos dejan algo. El buen gusto no tiene medida y como se verá, llegado el caso puede ocupar todo el espacio disponible.
No es un apartamento convencional. Ocupa el último piso de un edificio pintoresco de romántica fachada poblada de balcones, testimonio de una Montevideo que era otra y producto del trabajo de los arquitectos Jacobo Vázquez Varela y Daniel Rocco. Treinta y cinco años atrás, cuando Mérica lo señaló, no estaba ocupado. Apenas se trataba de un pequeño apartamento, con un dormitorio, un baño y un pequeño ambiente que hacía las veces de recepción y living. Ocupaba la tercera parte de la planta. El resto, azotea. Que el destino existe, no hay dudas. Que sólo unos pocos pueden verlo con la claridad que lo observó Mérica, también.
La propietaria, hasta hoy vecina, no podía creer la pasión y el entusiasmo de su joven inquilino. Al año de instalado y cuando todavía arrendaba, comenzó una serie de reformas que conocieron su última vuelta el año pasado. Pero nada garantiza su finalización, Ramón Mérica no conoce el final de obra. Se trata de un piso diez. Orientado hacia el Este y con vista parcial al Sudeste. Desde sus ventanas se divisa la caída de la avenida Ejido, la Intendencia y el nuevo edificio del Estudio de Vera Ocampo que se incorpora al paisaje como un mojón contemporáneo que contrapone la clásica visión municipal. Al girar un poco hacia la Rambla, la alcanzamos a divisar. Por encontrarse además en una zona alta, el ciudadano paisaje de azoteas
resulta conmovedor y es fácil trasladarse con la imaginación hacia otras ciudades del mundo. Tal vez Buenos Aires, París. Ocupa el último piso pero no es un pent house. La visión y particular estética de su propietario lo ha convertido en un mirador desde el cual es posible alcanzarlo todo.
Los cuarenta años de periodismo recientemente celebrados pueden hallarse en todos los ambientes. Están en los libros desparramados por doquier que con naturalidad se resisten al orden de la biblioteca. Así es posible sentarse Con Baudelaire en un sofá codearse con Rimbaud. Y sobre la mesa, a un lado del bar descubrir a Julio Herrera y Obes, a Taco Larreta, a Rodó y también a Oliverio Girondo. Todo es posible. También están las revistas. Y en las fotografías, igualmente dispersas. Allí está Borges, Piazzola, Sara Nieto, Niemeyer o Rosa Luna. Y también los personajes anónimos con los que cambió dos palabras en sus interminables recorridas por la ciudad. Y por el mundo. Tailandia, Milán, París, Madrid, Praga, Ouro Preto y la reciente Venecia nos asaltan a cada paso.
Seguramente es debido a ellos que se hace difícil transitar por la casa que se articula a partir de los pocos espacios libres que no ocupan las cosas y los amigos de Ramón. El paisaje interior es, inevitablemente barroco. Como una nave, se recorre de lado a lado. Y como debe ser, la casa comienza en el pallier. Un impresionante fresco que reproduce imágenes clásicas cuyo original conserva celosamente Mérica, fue reproducido y regala su carácter al piso inferior. El propietario es un tipo directo, por eso el preámbulo del acceso es breve y a un lado comunica con el dormitorio, único ambiente privado de la casa. Luego la breve cocina que alguna vez fue de Babette, el baño y tres ambientes que se suceden como galería. Los tres están dotados del mismo espíritu y se los vive de acuerdo a como dé el día. El primero contiene una mesa circular de roble en la que Ramón ha improvisado su escritorio. La vieja Olivetti portátil no tiene paz y cuanfo trabaja recorre toda la casa. El segundo está jerarquizado a partir del hogar de hierro negro, objeto de diseño, única pieza moderna de la casa. Luego se suceden dos ambientes más que, totalmente integrados, comparten entre otras inquietudes la dignidad del revestimiento escogido para el piso. Pieza por pieza, las baldosas son Sacoman originales y usadas. Fueron adquiridas en varias tandas y en casas de demolición. Que nada es difícil cuando nos obsesionamos con algo. Uno de ellos, antes era terraza y fue incorporado pero manteniendo la fuente, las plantas. Las paredes fueron vestidas con un color terracota que por momentos se suaviza y al caer la noche se enriquece. La iluminación artificial es rica en su forma, viejas arañas holandesas con atuendos de cristales que como perlas penden de sus cuellos y brazos. Muchas velas recuerdan al pub Sherlock y también a La Carlotta, hijos de Mérica que también aparecen confundidos entre el mobiliario, las copas, la vajilla, algún cuadro.
Nada en esta casa ha sido condicionado por otra cosa que la necesidad de vivir todos los ambientes y recibir amigos. Entonces los sofás se suceden sin solución de continuidad. Los hay franceses, Luis XV, Luis XIV. También la Regencia está presente y no falta la comodidad del Chesterfield en cuero, como debe ser. En cualquier momento aparece un amigo, solo o en grupo. Y todo debe estar pronto para que la comodidad adquiera dimensiones de refugio y la palabra lo resuelva todo.
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