URUGUAY ENTERO DE COLECCION/ Desde Montevideo/Eduardo Mérica www.diariouruguay.com
La Aguada fue prolongando sus edificaciones hacia el arroyo Seco, en el camino del Paso del Molino, sobre el Miguelete. Es errónea la afirmación de Isidoro de María de que dicho topónimo deriva del saladerista y hacendado Juan José Seco. Cuando éste era un muchacho y vivía en Buenos Aires, ya aparece registrada en documentos de 1756 y 1757 la denominación de Arroyo Seco, seguramente llamado así por su escaso caudal de aguas en épocas de estío.
Allí Miguel Ryan tenía en 1788 su saladero, uno de los primeros que existieron en el país. Y quizá antes de ese año levantó su residencia el comerciante e industrial español Antonio Baltasar Pérez, en la actual esquina de Agraciada y San Fructuoso, y luego un oratorio, vieja casona históríca que aún se conserva en parte, en la que se firmaron las condiciones mediante las cuales se rindió en 1814 la plaza de Montevideo. Instancia memorable con la cual tocó su fin el dominio español en el Plata.
Durante los primeros asedios que soportó la ciudad, el Arroyo Seco fue considerado lugar estratégico por los sitiadores. Allí estaban instalados hacia 1867, los Corrales de Abasto de Montevideo -figuran en el plano del agrimensor francés P. d’Abenars, cercanos al saladero de Biraben-; allí, el 25 de agosto de 1885, durante la presidencia de Santos, se inauguraría el Colegio Militar, luego llamado Escuela Militar, en un pre- dío situado en la antigua quinta de Casaravílla, calles Agraciada y Córdoba (actual Gral. Aguilar), sede que luego fue trasladada en 1910 a la Av. Garibaldi donde hoy funciona el Líceo Militar y posteriormente, en 1969, a su actual emplazamiento en Toledo.
En el verano de 1913, en el predio de la quinta de Iglesias situada en la actual calle Gral. Palleja,entre San Fructuoso y Entre Ríos, el temerario aeronauta argentino Eduardo Bradley, acompañado del teniente uruguayo Arturo Vázquez Lezama, inició una emocionante travesía en el globo “Cóndor”, que culminó con un feliz descenso en las inmediaciones del Cerro.
En 1889 es oficialmente inaugurada la Usina del Arroyo Seco, para dar luz a los barrios de Aguada y Cordón. En 1932 se inaugura la nueva Central de Generación, a la que se denomina “José Batlle y Ordóñez”, y en enero de 1946 se inicia la construcción del Palacio de la Luz, sede de las oficinas centrales de la U. T. E., cuya importante estructura de hormigón quedó terminada en 1947.
Donde hoy se encuentra el barrio Bella Vista desembarcaría en octubre de 1708 el sabio sacerdote francés Louís Feuillée, quien iba de viaje hacia el estrecho de Magallanes. Fue, quizá, el primer agricultor de Montevideo. Durante los tres meses pasados en la costa de la bahía, plantó una huerta de repollos, rábanos, perejil y lechugas y realizó observaciones meteorológicas y de fauna alada de la zona.
En los hornos fabricados por la tripulación en tierra, se cocieron los primeros panes el 25 de octubre. Más de un síglo después, hacia 1830, en una de sus quintas, Pelegrino Gibernau plantó un viñedo y sus primeros vinos fueron brindados, según Teodoro Álvarez, en el banquete celebrado por el general Oribe, en 1835, al ocupar la presidencia de la República.
En 1842, Francisco Farías, como consta en un aviso publicado por “El Constitucional” el 7 de octubre de ese año, inicia remates de solares en la zona. Aseguraba a los futuros compradores que el dinero que desembolsaran seria triplicado “a la vuelta de un par de años”.
El paraje de Bella Vista era ponderado como el punto más elevado y pintoresco de la ribera de la capital uruguaya.
La historia edilicia de Bella Vista enriquece sus anales con dos casas de estirpe patricia. El general Rivera tenía allí una quínta a la altura de la actual Avda. Joaquín Suárez y Asencio, a escasa distancia, al norte, de la “azotea” que construyera el jefe de la Defensa, en 1840.
Su gran portón de hierro, único detalle salvado, se incorporó en este siglo a las mejoras introducidas en el “Parque Fructuoso Rivera” de Carrasco.
La casona que se conoció por Mirador de Suárez, en 1906, luego de servir de sede a una escuela, fue demolida. En nuestros días el Dr. Joaquin Villegas Suárez, descendiente del presidente Suárez, levantó frente a la plazoleta donde se alza el monumento (lugar donde se encontraba aquel mirador) una reconstrucción adaptada del mismo.
No podía faltar en Bella Vista la aureola de un amor romántico. En una de esas quintas pasearon su pasión Juan Carlos Gómez, poeta, político, periodista, hombre de sentimientos ardientes, auténtico romántico, y Elisa Maturana, una adolescente de 17 años.
La quinta de Felipe Maturana, situada en el camino al Paso del Molino, en lugar cercano a la actual esquina de Agraciada y Bulevar Artigas, es descrita así, en 1841, en oportunidad de su venta:
“El edificio es hermoso, grande, contiene 20 habitaciones en muy buen estado, 14 cuadras cuadradas de terreno, 2 cocheras, un gran corral, con un galpón seguro para guardar animales, un gran palomar, un rico y costoso jardín con las mejores plantas y flores conocidas, cercadas de una balaustrada de fierro y de gran portada.”
El romance fue deshecho por el exilio de Juan Carlos Gómez. Elisa Maturana fue desposada por un ministro de Oribe, también poeta y periodista, el Dr. Carlos Gerónimo Villademoros, y murió durante el largo ostracismo de Gómez.
El 1ro. de enero de 1869 fue inaugurado el primer sector de vía firme de los ferrocarriles, por la compañía formada con capitales uruguayos por el emprendedor y diligente español Senén M. Rodríguez y presidida por Daníel Zorrilla.
Comenzaba en Bella Vista, hoy estación “Dr. Lorenzo Carnelli”, y terminaba en Las Piedras. Era un tramo muy pequeño pero anunciaba un futuro desarrollo de imprevisible potencia.
El 1ro. de abril de 1872 se cumple la segunda etapa y el trazado de las vías llega a Canelones.
La llegada de los barcos negreros con su triste carga humana a la ciudad de Montevideo significaba siempre un peligro por las enfermedades que traían los esclavos.
Fue por eso cuando, en 1787, al saberse el próximo arribo de buques negreros de la Compañía Filipinas, el Cabildo montevideano previno al apoderado de aquélla que buscase
un sitio donde cumplir la cuarentena. La compañía así lo hizo y para ello construyó en una manzana de terreno, cinco piezas, dos grandes almacenes y otras viviendas techadas de teja y rodeadas por un muro para albergar a los desgraciados negros venidos en las infectas bodegas de los barcos. El establecimiento, que según el Arq. Carlos Pérez Montero se encontraba contiguo al actual Parque Capurro, en la esquina de las calles Capurro y Gutiérrez, sirvió hasta principios del siglo XIX como lugar de depósito para los negros arrancados del África.
El sitio de Montevideo de 1811 a 1814 redujo a ruinas las construcciones. El nombre de Caserio de los Negros persistió por largo tiempo, aunque las malezas y las inclemencias del tiempo fueron devorando las viviendas.
Al igual que en La Aguada, en las orillas de la playa Capurro, más alejada de la ciudad y como aquélla también tendida dentro de la bahia, existian manantiales de agua pura y fresca.
Estos manantiales de Juan Bautista Capurro, propietario de díchas tierras, se hicieron presentes en momentos verdaderamente angustiosos para la ciudad de Montevideo.
En 1866 el flagelo de la sequia se abatía sobre la capital uruguaya. No llovia desde fines del invierno y los aljibes iban quedando, uno a uno, exhaustos. Algunos vecinos generosos ofrecian “hasta dos baldes de agua a los que los ma.nden buscar a casa”, como Antonio Martorell. Pero esto no bastaba y el espectro de la sed se iba haciendo cada día más visible en el dramático panorama urbano. Entonces las autorídades municipales acuden a los manantiales de Capurro para paliar la carencia. La llegada de los carros aguateros provocaban verdaderos motines de gente enardecida. Ante estas escenas de violencia el Sr. Juan Bautista Capurro ofrece al Municipio un servicio de agua desde sus manantiales, mediante la instalación de cañerías. Pero antes de perfeccionar este contrato llega el agua, y con la lluvia se solucíona naturalmente toda la anterior angustia, los aljibes se llenan y Capurro se queda con sus manantiales, sin poder concretar el negocio.
Fuente: Montevideo: Los Barrios Anibal Barrios Pintos
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