octubre 9, 2024

Los conflictos hispano portugueses en el sur de América y la expedición a Río Grande de San Pedro (1773)

LOS ORIENTALES DE DIARIO URUGUAY

Si bien las hostilidades de los bandeirantes contuvieron la colonización hispana, la fundación de Colonia dio nuevo impulso al proyecto misionero de los jesuitas, que por entonces fundaron siete pueblos en la margen oriental del río Uruguay

A finales de 1773 el gobernador de Buenos Aires Juan José de Vértiz comandó una expedición con más de mil efectivos hacia la frontera hispanoportuguesa de Río Grande, con el fin de evacuar los territorios ocupados por los lusitanos en jurisdicción “técnicamente” española, así como proteger algunos de los puntos fronterizos más amenazados. Además, buscando contener los sistemáticos robos de ganado efectuados por los lusobrasileños, Vértiz mandó levantar un fuerte en Santa Tecla. Si bien el gobernador logró desalojar las guardias portuguesas de los ríos Piquirí y Tabatingay, también sufrió la pérdida del puesto ubicado a
orillas del Bacacay Mini, y el ataque sobre las partidas de milicias guaraníes y correntinas que debían socorrerlo. La ocupación del territorio fue efímera, pues los lusitanos recibieron refuerzos, volvieron a avanzar rápidamente sobre la región y destruyeron el fuerte de Santa Tecla en 1775.

en 1737 José da Silva Paez fundó Río Grande, primer asentamiento urbano estable en la región, que fue acompañado por el establecimiento del fuerte de Jesús-María-José.

Poco más se sabe al respecto, pues por su corta duración, la limitada cantidad de tropas que movilizó y el relativo alcance de sus resultados, este episodio es escasamente mencionado en la historiografía hispanoargentina (Gil; Beverina; Rico; Birolo). Además, estas referencias por lo general se basan en fuentes editadas (Campaña del Brasil) que solo permiten un análisis limitado. La situación es similar en la historiografía brasileña, que se ha interesado eminentemente por lo ocurrido en la región tras la firma del Tratado de San Idelfonso (1777).


No obstante, cada vez son más los trabajos enfocados en décadas anteriores, interesados especialmente en los circuitos del contrabando y los estudios de frontera (Kühn y Comissoli; Comissoli y Prestes; Osório, “A organização”; Osório, “Incidências”; Osório, “Continuidades”; Dillmann et al.). En consecuencia, sigue pendiente la realización de un estudio pormenorizado sobre esta campaña que la analice desde una perspectiva renovada.

Tras la fallida tentativa de recuperar Montevideo y establecerse en Maldonado, los lusitanos decidieron salvaguardar militarmente sus avances en Río Grande.

Este trabajo propone estudiar dicha coyuntura a partir del conflicto de frontera, en el marco de las disputas hispanoportuguesas por fijar soberanía sobre los territorios ubicados entre la laguna de los Patos y el río de la Plata, así como por los derechos de navegación a través de tales cuerpos de agua. Estos territorios se encontraban en gran medida bajo control de grupos nómades de naturales no sometidos (los “indios infieles”), que ejercían una autoridad mucho más efectiva que la de los imperios ibéricos. Cuando esta campaña deja de ser vista como un operativo menor en el contexto de una disputa bilateral y se la sitúa dentro del conflicto mucho más extenso y complejo del que fue parte, su análisis proporciona interesantes detalles sobre los límites que el Imperio español (y el proyecto reformista borbónico) encontró al intentar proyectar su poder sobre áreas marginales como aquella, buscando traducirlo en un control sobre el territorio, los habitantes y los recursos allí situados.

estos avances en la colonización lusitana reflejan que el poblamiento de Río Grande se había vuelto estratégico para permanecer en la cuenca del Plata, navegar por sus afluentes, mantener el comercio ilícito y continuar beneficiándose del ganado salvaje de la región.


Con este objetivo, se analizan fuentes inéditas que aportan nueva información al estudio de estos hechos. Dichas fuentes provienen del Archivo General de la Nación de Argentina (agn) y del Arquivo Historico Ultramarino de Lisboa (ahu). Asimismo, se incorporan los avances de la historiografía reciente, especialmente la riograndense. Gracias a estos nuevos aportes, se brinda no solo una visión más completa del desarrollo de esta expedición, sino del contexto en el que fue proyectada y llevada a cabo, exponiendo sus límites y posibilidades, los cuales condicionaron sus resultados y no fueron más que el reflejo del alcance de la acción imperial en aquel espacio escasamente controlado.

El origen de la frontera de Río Grande

La existencia de grandes espacios al margen del control estatal fue un gran desafío para el proyecto reformista borbónico del siglo XVIII, que entendía que la ocupación física y el control del territorio americano eran sustanciales al programa de reformas. Esta conciencia geográfica territorialista se hizo especialmente visible desde 1750, cuando la Corona buscó implantarse en las áreas marginales de su imperio para ordenarlas de acuerdo con una nueva lógica de organización territorial y articularlas bajo un efectivo control social y político del espacio.

En ese sentido, la delimitación entre los territorios de España y Portugal asociada con los tratados de Madrid (1750) y San Idelfonso (1777) marcó la génesis de una regionalización a escala continental (Lucena 268-273). No obstante, estas tentativas de separar los dominios de ambos imperios tropezaron con el territorio, que apenas conocían y controlaban. La frontera hispanoportuguesa en el sur de América se reveló difícil de crear y materializar, a falta de límites o diferencias marcadas en unas tierras escasamente dominadas como aquellas. La
continuidad, en cambio, era lo que predominaba (Osório, “Incidências” 369-370).

El proyecto portugués era poblar la región con migrantes azorianos conducidos inicialmente a Santa Catarina. Así, entre 1752 y 1754, unas 2300 personas se trasladaron a Río Grande


De tal modo, durante el siglo XVIII y la primera mitad del xix el territorio meridional lusoamericano tuvo una estructura y un paisaje agrario muy similares a los del litoral del Río de la Plata, destacándose una fuerte influencia cultural platina reflejada en la existencia de un vocabulario, una estructura agraria y un perfil demográfico en común (Gelman 48). En tal sentido, la frontera era parte de un “contínuum agrario”, por el que circulaban hombres y bienes de ambos imperios (Osório, “Incidências” 370).

Más allá de las especializaciones regionales, destacaba en todo este amplio espacio la presencia de labradores-pastores, esclavos trabajando en la ganadería, unidades productivas mixtas y otras que se dedicaban a la ganadería de los portes más diversos. Las disputas imperiales no impedían que la organización espacial de la producción tuviera características comunes y que la lógica económica de los productores y trabajadores fuera la misma. Las diferencias, en cambio, se establecían en el ámbito de la circulación de bienes, orientada a los circuitos comerciales de cada imperio (Osório, “Continuidades” 93-95)1
.

Lejos de ser un proceso sencillo, el que se describe aquí se vio plagado de dificultades y enfrentó la resistencia de los indios tapes, oriundos de las misiones jesuítico-guaraníes


Además de los establecimientos hispanoportugueses, las regiones interiores estaban habitadas por comunidades nómades autónomas, que vivían en tolderías “móviles” bajo una lógica de posesión muy distinta a la proyectada desde Europa: minuanes, charrúas, bohanes, guenoas y yaros. Para transitar por la campaña y acceder a sus recursos, las autoridades imperiales tenían que tratar con estas parcialidades pagando tributos, haciendo regalos o cumpliendo peticiones, probando su influencia y autoridad efectiva sobre el territorio interior. Al mover y ubicar estratégicamente sus asentamientos, estos grupos lograban posicionarse como intermediarios entre ambos imperios, arbitrando la circulación entre las plazas fuertes y el acceso a los recursos de la campaña.


Lo que se observa en este espacio a mediados del siglo XVIII es un puñado de plazas y puestos colocados por las autoridades hispanoportuguesas (que ejercían un control territorial muy limitado) y un conjunto heterogéneo de tolderías nómades no sometidas, sin una unidad política que controlara estos territorios conectados por rutas frágiles y “puntos ciegos” a la autoridad imperial (Erbig 449-456). Tal situación era extensiva al espacio rioplatense en general,
donde entre los principales focos de civilización “controlaban los españoles tan solo el terreno preciso para mantener las comunicaciones entre el Paraguay, el Interior y el Atlántico”, dando una imagen frágil y quebrada “de las tierras realmente dominadas y pobladas en esa avanzada meridional del imperio español” que vino a superponerse a las poblaciones prehispánicas (Halperín 15).

a comienzos del siglo XVIII la Corona portuguesa decidió implementar una política de poblamiento y ocupación más enérgica, especialmente necesaria ante la expansión de la minería en Minas Gerais…


En consecuencia, materializar esta frontera implicaba reestructurar las lógicas de asentamiento, posesión y explotación preexistentes, bajo un nuevo patrón de exclusividad imperial con el que entraban en disputa. Sin embargo,la presencia inmediata de los portugueses, dispuestos a aliarse con los nativos, favoreció a estos clanes a la hora de dirimir las tensiones interimperiales, permitiéndoles forzar a la administración hispana a hacer concesiones y abandonar las pretensiones de dominio total sobre ellos. Irónica y contradictoriamente, esto
ocurría mientras la Corona buscaba extender y consolidar las fronteras efectivas de su imperio, demostrando el obstáculo que estas parcialidades representaban para el proyecto reformista borbónico. Precisamente, fueron estos imperativos los que forzaron a buscar vías pacíficas para conseguir la lealtad o el apoyo de estas parcialidades, conciliando y negociando con ellas: las relaciones de poder desiguales entre estas distintas esferas no impidieron que la frontera fuera el resultado de un proceso complejo de negociación, antes que una imposición vertical de arriba hacia abajo, o desde el centro hacia la periferia (Weber 147-171).

Como se ha mencionado, al hablar de esta frontera también se hace referencia a las disputas hispanoportuguesas por establecer soberanía sobre esta región amplia, compleja y poco precisa. No habiendo dominación efectiva por ninguna de las dos partes, se observa una tensa, inestable y continua variedad de situaciones de soberanía compartida o parcial, que perduró hasta la consolidación de los Estados centralizados y las soberanías oficiales. En consecuencia,
estas reivindicaciones meramente nominales deben ser entendidas como proyecciones y ambiciones por parte de ambas coronas; los tratados y los mapas elaborados por entonces son apenas el reflejo de un proceso de definición de áreas de control, al igual que armas diplomáticas usadas a conveniencia según la concurrencia.

Lo anterior explica el esfuerzo permanente por generar antecedentes de ocupación, uso y dominio de los espacios en disputa, y por ocupar esos territorios con población propia (Comissoli y Prestes 12). Para Portugal, esa política de conquista giró en torno a cuatro ejes: la política de concesión de sesmarías con el dominio extensivo de la tierra; la colonización azoriana y el poblamiento intensivo de pequeñas propiedades; el desarrollo de la ganadería, actividad económica extensiva de la ocupación territorial; y la militarización, que hizo de aquel un espacio fortificado frente a la “frontera viva” (Maciel 2).

en 1723 hubo una tentativa rápidamente frustrada por establecerse en Montevideo, que mostró la clara intencionalidad de facilitar a los navíos portugueses la actividad comercial y la libre navegación por el río de la Plata


Sin embargo, a diferencia de otros espacios, el territorio riograndense se vio tardíamente ocupado al no ofrecer atractivos económicos para una colonización, de acuerdo con la política mercantilista imperante. A partir del siglo XVIII dicha región fue abordada por los jesuitas y los bandeirantes, que atacaron activamente las misiones que los primeros establecieron al otro lado del río Uruguay (Maciel 6). No obstante, en la segunda mitad del siglo XVIII hubo un
significativo avance en la ocupación lusitana, impulsado desde San Pablo y en dirección al sur.

Esto dio lugar a la fundación de Paranaguá (1648), San Francisco do Sul (1658) y Curitiba (1668), y posteriormente se ocupó la isla de Santa Catarina (1675) y la zona de Laguna (1676).

A las mencionadas fundaciones se sumó la de Colonia del Sacramento (1680), que propició repetidos conflictos entre España y Portugal durante casi un siglo (Osório, “A organização” 71).

Esta avanzada sobre el Río de la Plata buscaba intervenir en la circulación de la plata potosina, controlar la navegación atlántica para colocar manufacturas y esclavos en los principales centros consumidores de la región y aprovechar las potencialidades económicas de aquellas tierras, señaladas por numerosos viajeros que las recorrieron y resaltaron la necesidad de poblarlas (Dillmann et al. 5-6).

Si bien las hostilidades de los bandeirantes contuvieron la colonización hispana, la fundación de Colonia dio nuevo impulso al proyecto misionero de los jesuitas, que por entonces fundaron siete pueblos en la margen oriental del río Uruguay: las “misiones orientales”. En consecuencia, a comienzos del siglo XVIII la Corona portuguesa decidió implementar una política de poblamiento y ocupación más enérgica, especialmente necesaria ante la expansión de la minería en Minas Gerais (Maciel 6). Con este objetivo, se reconoció el territorio ubicado
entre Colonia y Laguna, y en 1723 hubo una tentativa rápidamente frustrada por establecerse en Montevideo, que mostró la clara intencionalidad de facilitar a los navíos portugueses la actividad comercial y la libre navegación por el río de la Plata (Osório, “A organização” 71). Dichos avances fueron acompañados de un flujo constante de pagos por parte de las autoridades lusitanas hacia los caciques minuanes, que permitió a los comerciantes de ganado establecer una ruta a lo largo de la costa entre Colonia, Maldonado y Río Grande (Erbig 455).

Tras la fallida tentativa de recuperar Montevideo y establecerse en Maldonado, los lusitanos decidieron salvaguardar militarmente sus avances en Río Grande. Para las autoridades lusobrasileñas era fundamental el establecimiento de un punto estratégico en la boca de la laguna de los Patos (única entrada posible a la región a lo largo de la franja costera), acompañado por un sistema de fortificaciones defensivas que diera apoyo a Colonia y favoreciera el desplazamiento de colonos para poblar aquellas tierras (Dillmann et al. 6).

De este modo, en 1737 José da Silva Paez fundó Río Grande, primer asentamiento urbano estable en la región, que fue acompañado por el establecimiento del fuerte de Jesús-María-José. Tras la creación de otros fuertes y presidios en la región sudeste, además de la formación de nuevos poblados en torno a ellos, el poblamiento se extendió hacia Viamão (Viamont), Tramandaí y Vacaria (Maciel 7-8). La fortaleza de Río Grande pasó a ser administrada por un comandante, por medio de la Comandancia Militar de Río Grande de San Pedro, subordinada directamente a la Capitanía de Río de Janeiro. El presidio adquirió un año más tarde el estatuto de freguesia (parroquia), al igual que varios de los nuevos poblados establecidos en la región.

Dos años después se estableció la Guardia de Viamont (1739), ubicada 60 leguas al norte, para
controlar el flujo de las mulas y caballos que se dirigían a San Pablo y Minas Gerais (Osório, “A organização” 71-72).

Lejos de ser un proceso sencillo, el que se describe aquí se vio plagado de dificultades y enfrentó la resistencia de los indios tapes, oriundos de las misiones jesuítico-guaraníes (Dillmann et al. 6-7). No obstante, estos avances en la colonización lusitana reflejan que el poblamiento de Río Grande se había vuelto estratégico para permanecer en la cuenca del Plata, navegar por sus afluentes, mantener el comercio ilícito y continuar beneficiándose del ganado salvaje de la región (Cacciatore 114). Algunos años después, buscando avanzar en la delimitación de fronteras, el gobernador de Río de Janeiro erigió un fuerte a orillas del río Jacuí, a medio camino de los pueblos misioneros, dando origen a la guardia y parroquia de Río Pardo.

El proyecto portugués era poblar la región con migrantes azorianos conducidos inicialmente a Santa Catarina. Así, entre 1752 y 1754, unas 2300 personas se trasladaron a Río Grande, y ante el fracaso en la materialización del Tratado de Madrid (del que se hablará más adelante) fueron situándose a ambas márgenes del río Jacuí. Lejos de verse detenida, esta política de ocupación y poblamiento se intensificó desde 1760, de modo que se observó un considerable incremento en la fundación de parroquias en las décadas de 1760 y 1770.

Asimismo, la distribución de tierras entre la población congregada en torno a tales parroquias era el claro reflejo de una voluntad de ordenamiento territorial y social (Osório, “A organização” 72-80).

La dificultad por ocupar este espacio geográfico ante el recelo de las autoridades hispanas dio además un carácter marcadamente militar a la región, que persistió hasta el siglo xix (Comissoli y Prestes; Dillmann et al.). No es casual que la mayor parte de estos asentamientos comenzara con el establecimiento de un fuerte. De hecho, la permanente cercanía con el enemigo hizo que los soldados fueran grandes protagonistas de la colonización de estas tierras, por lo que las experiencias sociales militarizadas marcaron con intensidad aquella incipiente formación urbana (Dillmann et al. 8).

Estas experiencias se veían colmadas de dificultades que minaban la permanencia y la obediencia de las tropas. Las tensiones entre las nuevas territorialidades que buscaban materializarse y las preexistentes se hicieron cada vez más frecuentes, y se volvieron especialmente violentas en el periodo comprendido entre las décadas de 1750 y 1780. Este trabajo se centra en un momento de esa larga coyuntura de disputas diplomáticas y militares, cuando el gobernador Vértiz encabezó un operativo militar para poner freno al avance portugués sobre la región.

Fuente: https://pdfs.semanticscholar.org/