VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA EN DIARIO URUGUAY.
BAUTISMO GUERRERO, MEMORIA TIERNA
Todo está como era antes, aunque sea apócrifo. Apócrifo hasta por ahí nomás, porque la señera botica siempre se regodeó de sus infalibles pócimas en esa encrucijada con vahos de tranvía y música de glicinas que arreciaban por los pagos de Atahualpa, allá por el Novecientos. A lo largo de los cien años que anda rozando, conoció tres esquinas de ese encontronazo de cinco puntas hoy ruidosas de la Avenida Millán y la modosa Reyes, pero las cosas no eran así de violentas cuando los rieles no tenían ni idea de la raya amarilla y cuando la paciencia y los yuyos calmaban los sufrimientos de la zona. Hoy, ese legado de frascos y pócimas y tranvías ha quedado anclado en una sola esquina, con la historia visual, de paso, de lo que fue El Prado en sus años mozos, para lo cual están las generosas fotografías en sepia colgadas sobre todas las paredes. No es la única sorpresa ni el agradecimiento temporal que la Farmacia Atahualpa consuma con su entorno.
EL RESPETO, ANTE TODO
Con un respeto y una gracia ejemplarizantes, los arquitectos (Mántaras a la cabeza) han sabido embalsamar sin vahos a enfermo esa historia de probetas y de frascos con sustancia de tiempo. Por lo pronto, respetaron el cascarón original de la tercera y última casa tomada y para darle más luz apelaron a los cristales sin desdibujar el original de puertas y ventanas, desmantelaron los cielorrasos hasta que aparecieron los techos “a la porteña”, echaron mano a un piso nuevo con reminiscencias de las viejas Sacoman de las azoteas, pero el impacto mayor no debe ser buscado: aparece solito apenas se traspasa la ochava con alma de alcanfor. Es el rincón-museo de homenaje a la farmacia original. Allí en ese rincón están los potes tradicionales de cristal, los morteros con sus manitos de porcelana; de porcelana también los perseguidos frescos de las viejísimas esencias, las habituales y muy buscadas joyas con que se vestían las farmacias y de las que Gomensoro y compañía dan debida cuenta algún que otro jueves montevideano. Pero también están el mostrador original, las sillitas sobre las que deben de haberse calmado neuralgias y aplacado infinitas migrañas entre sopores de azufre y vahídos de valeriana, y ni qué hablar de los manotazos d´annunziados a la belladona y al indecoroso Pagliano, Dios te libre.
FUENTE: Domingo 12 de setiembre de 1999/ El País- Segunda Sección Página 6.
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