Fue el primer Gran Café montevideano y sudamericano, fundado en 1876 por un emprendedor memorable: José Carballés. Un espacio lujoso de la Ciudad Vieja, que floreció al lado del Teatro Cibils, en la calle Piedras N° 225, esquina Ituzaingó. El Gran Café y Restaurante del Oriente fue un emblema de la historia comercial hispanoamericana. La vida de Carballés fue digna de su carácter gallego. Había participado en la apertura de uno de los primeros cafés de Madrid, y también fue pionero en La Habana, México y Estados Unidos, antes de su arribo a la capital uruguaya, para abrir un negocio concebido como un reducto del buen gusto. “Su paso fue tan fulgurante, como el hermoso salón de un comercio similar a los mejores de Europa y Estados Unidos”, según las crónicas de la época.
El Café del Oriente servía la aromática infusión, desde las seis de la mañana, y sus fuegos no se apagaban hasta después de la salida del último parroquiano del Teatro Cibils, nunca antes de la madrugada. El cognac francés y el ron de Jamaica, así como exquisitas vituallas, alternaban con el café y el chocolate.
Tanto trabajo y esfuerzo, no le dieron réditos a Carballés. La Guía de Comercio de Montevideo, publicada en 1881, ya no promocionaba su lujoso local. Apenas mencionaba la apertura de su otro bar, de la calle Piedras No. 43, que se mantuvo pocos años. Cuentan que el gallego trotamundos lo cerró, llamado por una nueva aventura extranjera, pero, también, porque se arruinó a pesar de su laboriosidad y capacidad de iniciativa. Para algunos fue por las crisis económicas, para otros, los más, porque Carballés no supo interpretar la sutil diferencia entre el café de la clase alta tan exitoso en Europa y en América del Norte, y el café “intelectual” que por entonces se gestaba en el Río de la Plata.
“Obsequiosos tertulianos
que visitáis los tenderos,
gastáis charla, no dinero,
y ahuyentáis a los marchantes
hay diversiones bastantes
para el que ocioso se ve,
y así, al que de balde esté,
este consejo le ofrezco:
al muelle a tomar el fresco
y a tertuliar al café.”
Poema de Francisco Acuña de Figueroa, hijo del pontevedrés Jacinto Acuña.
Fuente: Armando Olveira RAMOS.
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