Barrio La Aguada, sus gentes, sus lugares… al paso de los años

VEREDAS CAMINADAS POR RAMON MERICA EN DIARIO URUGUAY.

Aires de fronda sobrevuelan, auspiciosos, por el barrio La Aguada, uno de los referentes fundacionales de la Montevideo de hoy. En esta entrega de “Veredas” el punto tratado será el de sus orígenes, cuya importancia está revelada desde el baustismo. Pero La Aguada ha sido más que un barrio: entre sus calles se forjaron historias, leyendas, nombres propios que hoy pertenecen al imaginario colectivo del país. Revelar algunos de ellos -todos, sería imposible- es la razón de esta principal entrega sobre uno de los enclaves más entrañables de la ciudad. Es como si el agua generosa hubiera hecho posible el asentamiento y/o surgimiento de grandes nombres y cosas en ese hontanar. En una rápida recorrida, hay nombres sobresalientes de la historia del país que se formaron o crecieron en La Aguada. Por lo pronto, el ilustre linaje de los Batlle, liderado por don José Batlle y Carreó, (abuelo de don Pepe) que cuando tenía veintisiete años viene en bergatín propio, “Nuestra Señora de Regla”, a Montevideo, y se instala en La Aguada.

Florencio Sánchez es considerado uno de los mejores dramaturgos de América. Nació en Montevideo (República Oriental del Uruguay) el 17 de enero de 1875. En 1806, en un importante molino y casa adyacente ubicado en un predio que hoy es Avenida del Libertador y las calles Yaguarón y Pozos del Rey, llegando hasta el Palacio Legislativo. Había comprado ese bien a Mateo Magariños y Ballinas.

El 17 de enero de 1875, en una casa hoy desaparecida de la ex avenida Agraciada al 1700, entre Cuareim y Miguelete, el matrimonio formado por Olegario Sánchez y Josefa Musante festejaba los primeros llantos de su hijo Florencio Antonio, un señor que haría derramar mucho llanto desde los escenarios del Plata.

DOS POR TRES, EL DOS POR TRES

En la calle Nueva York 1415, entre Yaguarón y Javier Barrios y Amorín, vivió sus últimos años, hasta 1948, Gerardo Matos Rodríguez, el “Becho”, con su coquetería, su piano y su memoria de haber escrito el tango más famoso. En esa casa, el ex jugador de fútbol Luis Garisto comanda con su señora un entrañable rincón tanguero.

La educación y formación han tenido enorme influencia en La Aguada (Facultades de Medicina, de Química y Farmacia; el legendario Ibo donde hoy funciona el Inado, frente a la Iglesia del Carmen, la presencia tutelar de doña María Stagnero de Munar y sus hijas en el Internato de Señoritas creado en ese barrio, amén de variadas escuelas y liceos como el Miranda, por ejemplo. La presencia del deporte es infinita, pero hay que conformarse con algunos nombres: el Montevideo Rowing, la entidad decana del deporte montevideano; el Club Atlético Aguada (que empezó llamándose C.A. América), y otras como Rampla, que estaba en Yaguarón entre Galicia y Cerro Largo; o el Olimpia, que hoy está en Colón. Los nombres propios sobran: Andrés Iraizos (campeón mundial de Paleta), Héctor Scarone, Rogue Gastón Máspoli, Luis Víctor Semino, Luis Tróccoli, los hermanos Washington “Pulpa” y Ramón “Pirulo” Etchamendy, y aunque no estuviera el Negro Jefe, de todas maneras se hizo representar por sus sobrino Luis.Casa Solariega. Entre estos muros se deslizaron la adolescencia y primera juventud de José Batlle y Ordoñez, de recia estirpe aguatera. Esquina de Yaguarón y Lima.

El director y legendario José Ministeri, “Pepino”, que introdujo elementos que marcarían el estilo de la murga uruguaya para siempre. Pepino y Los Patitos, hacia 1931. Un doble mito que permanece en la memoria colectiva de los buenos uruguayos, aunque no sean “aguateros”.

AQUI LLEGAN LOS PATITOS

Además de haber tenido la más impresionante cantidad y calidad de salas cinematográficas (hoy todas desaparecidas o copadas por sectas y supermercados), La Aguada se dio el lujo de haber sido cuna de las murgas más célebres y de algunos de sus cultores más brillantes. Hacia 1910, un grupo de amigos “aguateros” decidió formar una murga. No tuvieron que estrujarse demasiado el cerebro para encontrarle un nombre: como estaban acostumbrados a salir “limpios” de Maroñas, le pusieron “Los Patos Cabreros”, y es a ese conjunto que un día llega como director el legendario José Ministeri, “Pepino”, que introdujo elementos que marcarían el estilo de la murga uruguaya para siempre: el redoblante, los platillos de verdad y, en la vestimenta, el frac, la galera de felpa y la peculiarísima gestualidad que todos los murgueros siguen imitando. También en La Aguada llegan los sonidos murgueros de “Los Curtidores de Diablos”, provenientes de una escisión de “Los Curtidores de Hongos” a fines de los años veinte. Falta, sin embargo, que se escuchen los acordes de la retirada de 1932 de “Asaltantes con Patente”, que ese conjunto transformó en un segundo himno nacional comandado por el “Cachela” Casaravilla desde 1928, cuando “Los Asaltantes” nacieron públicamente en el café Nieto. El bautismo se debió a una clara alusión a los autores del histórico asalto al Cambio Messina.

El director y legendario José Ministeri, “Pepino”, que introdujo elementos que marcarían el estilo de la murga uruguaya para siempre. Pepino y Los Patitos, hacia 1931. Un doble mito que permanece en la memoria colectiva de los buenos uruguayos, aunque no sean “aguateros”.

La Aguada, al paso de los años, siguió derramando imaginación a los cuatro vientos.

AL SON DE CAÑONES Y GAVOTAS, MONTEVIDEO BAILABA EN UN JARDÍN

Ya se sabe que cuando alguien se quiere referir a algo o alguien vinculado a un sitio remoto, lejano o desconocido, prorrumpe en un “…allá por la quinta de las albahacas”. Aunque parezca simplemente legendario o folclórico, ese lugar existió, y mucho más cerca de lo que se pueda pensar, porque existió en La Aguada. En sus muy documentados ensayos sobre los barrios de Montevideo, los investigadores Reyes Abadie y Barrios Pintos recogen apreciaciones de colegas que los antecedieron y que hablan de ese sitio tan peculiar. Peculiar porque cuesta imaginar que mientras Montevideo era asediada por tiros de cañon y sometida a las lógicas presiones de un sitio, existía un lugar donde algunos ciudadanos se divertían bailando gavotas y valses mientras corría, alegre, el chocolate.

“Al formalizarse el Sitio de Montevideo por las fuerzas del Gral. Manuel Oribe y durante el desarrollo de la Guerra Grande, el poblado de la Aguada vino a quedar dentro de la segunda línea de fortificaciones construidas por los defensores de la ciudad sitiada. “La segunda línea avanzada de la Plaza -según el arquitecto Carlos Pérez Montero- salía mismo del Arroyo Seco hasta lo de Vilardebó y atravesaba el Camino del Reducto y el del Cerrito a la altura del Arroyo Seco, atravesando el Camino de la Unión a la altura actual (1942) de la calle Patria y el camino a Pocitos a la altura de Victoria y Bulevar Artigas, doblando después hacia el sur hasta lo de Reissig (aproximadamente en la plazoleta Varela).

Esta comprometida situación explica que, como narra el viajero francés Xavier Marmier en sus “Lettres sur I´Amérique”, sus huertas fueron devastadas por los soldados de Oribe, los árboles cortados para hacer leña y que muchas de las casas, abandonadas por sus ocupantes, mostraban los orificios y daños causados por las balas.

Lugar señalado era la llamada “Quinta de las Albahacas”. Como narra en su amable crónica El Licenciado Peralta-seudónimo del Dr. Domingo González- “Buenos ratos proporcionó a la población de Montevideo, desde su fundación y muy especialmente, durante el asedio, ya por la escasez que había de sitios aparentes para dar expansión a los ánimos contristados por los azares y desagradables sucesos de la guerra, como por otras causas originarias de los hábitos y costumbres de aquella sociedad embrionaria.

Desde vía aérea se puede ver todo el barrio de La Aguada, con su epicentro el Palacio Legislativo.

Esta quinta situada a inmediaciones de las calles Ejido, Cerro Largo y Miguelete, era teatro, durante la tarde y primeras horas de la noche, con especialidad en verano y otoño, de muchas personas, que con más o menos frecuencia concurrían con sus familias, unas a comer o cenar, otras a refrescar, o tratando de quedar bien con la casa, hacían el pequeño gasto de un chocolate, de un té o un café. Se tocaban valses, cuadrillas y gavotas con arpa, violín y flauta y si en la línea de fuego se cambiaban balas entre hermanos, en la “Quinta de las Albahacas” se cenaba al aire libre, sin otra interrupción, en ciertas horas, que el lejano y vedado estampido del cañon, proveniente de los reductos o fortines inmediatos de la línea exterior de defensa.

La Facultad de Medicina, un pedazo del refinamiento francés en plena Aguada, en cuya concreción tuvo mucho que ver el excelente arquitecto J. Vázquez Varela.

Estas prácticas, me refiero a las cenas y comidas, que como he dicho, traían su origen de tiempos remotos, nunca se acentuaron más, que desde que se inició la guerra y poco a poco, vino a construir una verdadera necesidad. La artillería de aquella época, no constituía felizmente un peligro inminente para los que concurrían a las cenas y comidas del “Jardín de las Albahacas” porque, como es sabido, eran cargados con tacos de estopa y no ofrecían mayor resistencia, al despedir el proyectil con el impulso formidable que hoy les imprime el nuevo sistema de la bala forzada. Las cenas de la “Quinta de las Albahacas” solían prolongarse hasta las diez de la noche, que en ese entonces, resultaba una hora avanzada”.

La Aguada ha sido más que un barrio: entre sus calles se forjaron historias, leyendas, nombres propios que hoy pertenecen al imaginario colectivo del Uruguay.

Fuente: (Los Barrios de Montevideo V “Por el camino de Goes” IMM 1993)