LAS GRANDES ENTREVISTAS DE RAMÓN MÉRICA en Diario Uruguay.
Verdadero tótem de la cultura mexicana, su presencia en Montevideo en un único recital esta noche en el Cine Plaza nos enfrenta, como dice la publicidad, con una leyenda viva. A los 84 años la intérprete conserva toda la potencia y el desenfado de sus años mozos.
El martes 13, a las tres de la tarde, nada parecía de mal agüero en el piso diez del Radisson. Al contrario: los ventanales filtraban con aire acondicionado el fragor de la tarde y en la habitación 1057 reinaba un aire de casa de familia muy ajeno a los desbordes sanitizados de los cinco estrellas. Sentados en el piso, algunos jóvenes, otro cronista y el fotógrafo de El País, una chica rubia y un muchacho apoyado en el pretil, formaban el pequeño círculo con mirada en el único sofá; allí, apoltronada, una señora mayor con blusa a cuadritos y un rostro latinoamericano anudado en un grisáceo y casero chignon.
¿Qué fue de la Diosa de los Desbordes? ¿Adónde fue a parar la Musa del Tequila y del Amor Libre? ¿Qué se habrá hecho la Emperatriz de los Excesos?, como se disputaron por definirla diarios, libros, canciones y admiradores. Todo eso ya pasó -fue cierto- hace muchos años, pero en esta tarde montevideana luminosa y muy caliente, la diosa-musa-emperatriz es un atado de ternura mimada entre almohadones.
«He sido muy besada» -festeja con una sonrisa llena de dientes- «pero no recuerdo que me hayan besado la mano para saludarme». La voz tiene la claridad y la incomparable transparencia con que se defiende en discos y recitales y que ha hecho de su decir un registro único, con esa apoyatura de sensualidad y de alcohol que maneja con unos tiempos más cercanos a la ópera de cámara, tipo Kurt Weil, que al atolondrado vómito de palabras de la música popular de mala factura.
Pero Chavela Vargas es algo mucho más potente que una cantante. Es un animal muy antiguo que desde hace décadas repite los aullidos de los aztecas aunque cante un bolero; un ejemplar antropológico de una de las culturas más antiguas del mundo, un ser humano que se bebió la vida hasta las heces y que, a los… y tantos años, no le teme a nada. Ni siquiera al martes 13.
«No soy supersticiosa. Los mexicanos son supersticiosos, pero yo no. Además, me encanta el número 13, y me gustan los días martes. No sabía que aquí en el Río de la Plata es de mal agüero».
-Somos tan distintos con ustedes. Hace unos días veía en televisión un documental sobre Ciudad de México y, no se ofenda, pero me pareció inhumano vivir allí, esos veinte millones de personas apelmazadas en un a fosa, algo atroz.
-Algo atroz. Demasiada gente. Mucho smog, mucha gente, mucho ruido. Perdió la tranquilidad hace cuarenta años, perdió la belleza, porque era serena, una ciudad tranquila, una maravilla, y se ha vuelto revoltosa y escandalosa. Son veinte y pico de millones en el Distrito Federal. Un disparate.
-¿Cómo puede vivir ahí?
-Ni loca viviría ahí!, yo vivo en Jiutepec, cerca de Cuernavaca, en esa región me crié y es de donde tengo mis primeros recuerdos.
-Aunque usted es uno de los símbolos más fuertes de México no es mexicana, ya que nació en Costa Rica.
-Pero es como si hubiera nacido en México porque desde muy chica estuve allí. Me acuerdo que el Distrito Federal donde viví cuando era joven, ese que hoy es tan atroz, era muy tranquilo, muy a gusto, con un clima divino, muy marcadas las estaciones, primaveras-primaveras… inviernos-inviernos, ahora todo eso es un revoltijo. Fíjese que somos noventa y seis o noventa y ocho millones de seres humanos en todo el país. Una barbaridad.
-Un país curiosísimo. Porque a su imponente historia y tradiciones se le agrega el hecho de ser lindero con otro con el que no tiene absolutamente nada que ver. Es como si una mano tramposa hubiera querido acercar dos historias irreconciliables. Los anglosajones inventores del glamour por un lado, la fuerza ancestral indígena por otro.
-Nosotros los indígenas tenemos una historia inmensa, que no la tienen los de al lado. En México siempre se dice que tenemos la desgracia de vivir muy lejos del cielo y muy cerca de los Estados Unidos…
-Los mexicanos en general, usted, ¿sienten ese abismo?
-Todos lo sentimos. Todos somos americanos. Pero el gringo, el norteamericano, nos ve así ¿ve? (levanta el mentón en actitud altanera), nos ve desde arriba. Creen tener sentido de superioridad, algo que están perdiendo porque el país se les llenó de cubanos, se les llenó de hispanos, se les llenó de todo. Ya casi se habla más español que inglés en los Estados Unidos, y eso no es tener mucha identidad ¿no le parece?
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