VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA para DIARIO URUGUAY.
Un sueño nacido en Ostende. Hotel Casino Carrasco: avatares e incertidumbres
Qué lejos de adivinar lo que sería el destino del gran palacio estaban los señores pioneros de la zona de Carrasco y su edificio emblemático. Mientras se producen encuentros y desencuentros entre la Intendencia y la Junta Departamental a propósito de la reñida concesión por 30 años del Hotel Casino a la empresa Véltica S.A., conviene echar un repaso a la historia de ese gigante ecléctico-historicista.
Así como don Francisco Piria soñó con Piriápolis observando una ensenada italiana, un muchacho montevideano, Alfredo Arocena, soñó con el futuro balneario un remoto día en el que se paseaba por Ostende, donde disfrutaba de un viaje, premio paterno por su alta escolaridad. Tenía apenas 20 años, pero la juventud no le ataba el gran impulso.Como se escribió en la legendaria revista “Anales”.
“Arocena se aferró con fuerza a la idea temeraria, y aquél fue el momento en que podría decirse que Carrasco había nacido, frente a la playa flamneca de Ostende.(…) Y el sueño fundacional fue “transformar la duna estéril de Carrasco en un lugar acogedor y privilegiado para los hombres. Y en su luminosa imaginación vio cómo los médanos tristes y sedientos se cubrían de bosques frondosos y verdes, cómo el inmenso arenal hostil, arrancado de su silencio y de su eterna soledad, era atravesado de pronto por calles alegres y bulliciosas: vio cómo una populosa villa señorial se levantaba como un espejismo en medio del desierto, frente al rumoroso y querido mar paterno…”
Antes que el joven Arocena, mucho antes, la zona supo de otros pioneros fundacionales, como lo consigna el profesor Alfredo Castellanos cuando revela el porqué del principio de ese barrio ys bautismo. En su muy precisa Nomenclatura de Montevideo se lee:“Apellido de varios miembros de las primeras familias pobladoras de Montevideo, don Sebastián Carrasco, su mujer y dos hijos menores; doña Ignacia Xaviera Carrasco, esposa de Juan Antonio Artigas y futura abuela de nuestro héroe nacional, y sus cuatro hijas menores. A Sebastián Carrasco le fue adjudicada una estancia de tres mil varas de frente y una legua y media de fondo sobre el arroyo que hoy lleva su nombre, en el repartimiento hecho en 1728 por Don Pedro Millán… El nombre de Carrasco le ha quedado a la zona y a la playa por don Sebastián”, y aunque hoy no le gustaría ver involucrado su nombre con el estado actual del arroyo, no se debe olvidar que se trata de un tío abuelo de José Artigas.
LOS AÑOS POR VENIR
El nacimiento del lujoso hotel no fue un capricho, sino una respuesta estética a un entorno que tiene varios nombres como responsables: al visionario Dr. Alfredo Arocena se le unen Esteban Elena y Emilio Ordeig para fundar en 1912 la Sociedad Anónima Balneario Carrasco, que en un momento pensó bautizar como el chileno Viña del Mar, idea que no prosperó. Es así que aparece en escena el ingeniero Federico Capurro como autor del trazado original del balneario, mientras dos técnicos franceses se encargan del diseño definitivo de las calles y espacios verdes:el arquitecto Charles Thays y su colaborador, el jardinero Le Bars. Casi todas las estatuas que salpican ese paseo tan europeo, fueron compradas y traídas desde Francia e Italia por el Dr. Arocena.
Y un día de 1912 se coloca la piedra fundamental del que sería el hotel más lujoso del país – se encargaría y uno de los más encumbrados de todo el continente, siguiendo los postulados de los arquitectos Jacquest Dunant y Gaston-Louis Mallet, en clarísima reverencia hacia un lenguaje decididamente francés. Es así que en esos planos aparecen las generosas escalinatas de mármol, tanto exteriores como interiores, los amplios ventalanes que desparraman la luz marina sobre corredores, lo mismo que los vitrales, las principescas portadas de ligerísima circulación, sin hablar del capítulo de la decoración,, donde abundan las arañas de cristal, los potiches de porcelana, los pisos de muy diseñada marquetería, los estucos elaborados hasta la exasperación. Aunque la guerra del 14-18 interrumpió las obras iniciadas en 1913, el Gran Hotel Casino Carrasco abrió sus puertas el 4 de febrero de 1921 (ya propiedad municipal con una cadena de celebraciones que pusieron a prueba la fortaleza y la gracia de sus salones de baile y sus salas de juego. Ese clima reinó durante varias décadas y por allí pasaron celebridades como Federico García Lorca -en una de cuyas habitaciones terminó Yerma- y fue el epicentro de la bonne societé criolla que se conjuntaba en la célebre terraza donde no se conocía otra bebida fuera del champagne. Como lo pensaron sus responsables, todo el ambiente debía rezumar una envolvente atmósfera de aristocracia, desde las sillas nacidas de anónimas manos de ebanistas, hasta las cortinas, vajilla, cristalería y equipamiento de dormitorios y cocina con lo mejor que era capaz de producir la maltratada Europa de esos años.
LA DURA REALIDAD
El tiempo -esa cuerda de reloj abominable, como lo define Córtazar- se encargaría de ir desmaquillando los esplendores del palacio en cuanto a su fachada y rincones delicados, pero no pudo con su arrogancia y belleza. Pese al abandono de los último años, al descuido en cuanto a la conservación y mantenimiento, el Hotel Carrasco mantiene en su soberbia estructura el mismo garbo que lucía en sus años mozos. Ya no hay lluvias de burbujas en la terraza, ya se esfumaron las capelinas y los ranchos de paja y los bombines partieron junto a las chisteras, ya no hay quien atesore ostentosas placas de nácar en los bolsillos de los fracs, sino que sobre ambulatorios y salitas soplan brisas de temor, vientos de estremecimiento. Qué va a pasar con el augusto edificio es algo que se sigue debatiendo en términos que combinan oscuramente los intereses económicos con la política, mala junta si las hay. Cuando también se asiste a la inminente subasta del Jockey Club, el juego de tensiones con respecto al futuro del Hotel Carrasco no hace más que agregar incertidumbre sobre incertidumbre para liquidar de una vez por todas con un Montevideo que fue y del que el Hotel Carrasco fue un símbolo que no parecía destinado a perecer. Así lo debe haber pensado a principios de siglo un distinguido jovencito uruguayo de vacaciones en un elegante balneario belga al que quiso
reconstruir en las agrestas playas nativas. Ochenta años después de ese sueño, la situación flotante en Carrasco se parece cada vez más a una pesadilla.
(Archivo de la Fundación Ramón Mérica, crónica del domingo 17 de agosto de 1997)
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