ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA, Periodista, Escritor, Editorialista. Director Gral. de Cultura Tanguera para Diario Uruguay.
No hay espacio que pueda contener todas las razones que llevaron a los letristas de tango a determinados giros literarios y referencias en cada obra, ni ciertas repercusiones a las que ellos condujeron.
Tal vez quien mejor lo personifica sea Enrique Santos Discépolo, poeta de treinta y seis obras registradas, muchas convertidas en clásicos del tango.
Obviamente, esta serie de anécdotas no está ordenada cronológicamente. Hubiese sido un esfuerzo casi imposible e innecesario.
La famosa referencia “la Biblia junto al calefón”, del tango Cambalache, es hija de las penurias de la época: la idea primaria del no informado puede haber sido, y serlo aún, revoltijo, desorden, conjunto de cosas inexplicablemente unidas; sin embargo, con picardía, Discépolo reflejó una costumbre muy extendida en los barrios pobres, donde, por la falta o carestía de papel higiénico, la gente usaba las hojas finas y suaves de unas biblias que regalaba una organización religiosa, las agujereaba en un ángulo, pasaba un hilo y las colgaba de una de las colillas del calefón para el uso que es de imaginar.
En el tango Cafetín de Buenos Aires, menos dramático, el poeta escribe: “…la ñata contra el vidrio, en un azul de frío…”, y la mayoría de la gente cree que se trata de algo autorreferencial, debido a que el apéndice nasal de Discépolo era muy generoso. Pero, no. Quien inspiró al gran autor esa frase fue el actor mexicano Arturo de Córdova, a la sazón actuando en Buenos Aires en una película cuyo guionista era, ¡vaya casualidad!, Discépolo. El mexicano tenía, también, aunque de estructura diferente y esculpida en un rostro atractivo, una nariz que no pasaba inadvertida y que, por otra parte, se le ponía roja en extremo cuando se pasaba de copas. Porque, ha de decirse, a don Arturo le gustaba mucho el alcohol y la ruleta; y como solía perder más que ganar, frecuentemente llegaba al boliche donde se reunía el grupo de compañeros del film y, sabiéndose sin un peso, se paraba frente a la vidriera principal y achataba su narizota contra ella, mirando a los otros. Era una suerte de código, porque enseguida alguno le hacía una seña: significaba que “entendían” y que, una vez más, “lo iban a bancar”.
Se sabe que el primer tango que escribió en su vida –y después, porque no le gustaba, lo borró de su discografía- fue Bizcochito, creado en San José, adonde con sus jóvenes 24 años había ido a acompañar a su hermano mayor, Armando, que presentaba en el Teatro Macció su obra Mateo. Ese tango salió gracias a la colaboración de un ignoto guitarrista maragato, porque Enrique no sabía música (y lo más curioso es que lo que figura firmado por Discépolo es precisamente la música, ya que la letra es de Luis Ernesto Saldías). Un año más tarde llegó el primer tango exitoso y al mismo tiempo polémico de Discépolo: Qué vachaché. Su historia comienza con un fracaso tragicómico: cuando le dio a leer el tango a Gardel, a éste le pareció bien, pero, aunque lo grabó, no lo entusiasmó y no conquistó al público pese al esfuerzo de El Mago. Cuando se enteró, Discepolín estaba en su modesto camarín teatral: -Me sentí muy solo. De repente me pareció ver el bulto de alguien a mi lado. Me di vuelta para contarle mi pena… y era una pulga. En aquel camarín las pulgas eran más grandes que yo. Empero, el triunfo apareció cuando menos lo esperaba: el tango lo cantó Tita Merello en una revista musical y luego Rosita Quiroga, con una repercusión fenomenal. Esas dos mujeres lograron lo que parecía imposible: que el tango “maldito” Que vachaché se impusiera y hasta arrancara palabras de elogio de Rafael Barret: “Su moraleja invierte el sentido moral de los cuentos populares”. Y al decir del historiador Sergio Pujol: “Es una mujer la que acaba de abandonar a su amante “achacándole” falta de sentido común para desenvolverse en la vida”.
Un último ejemplo disfrutable es Chorra, que plantea una relación burlesca del tema del engaño y el abandono. Dice Pujol: “Se trata sencillamente de una ladrona que, asociada con sus padres, “le afanó hasta el color” a un bondadoso feriante”. Contó Discépolo que un día lo encaró, cuchilla en mano, un carnicero: -¿Quién le ha contado a usted lo que me ocurrió con la sinvergüenza de mi mujer para que lo ande cantando por todas partes?”.Discépolo se disculpó, sorprendido, pero el hombre, con lágrimas en los ojos, lo que quería era elogiarlo: -Usted me ha vengado, amigo. Usted ha dicho la verdad. Ahora todos saben lo perversa que ella ha sido conmigo.
Y le dio un abrazo.
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