ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA, Periodista, Escritor, Editorialista. Director Gral. de Cultura Tanguera para Diario Uruguay.
-No aguanto más… Me voy a volver loco. ¡Rajo para Montevideo a ver si puedo olvidar, hermano!
Y… qué te voy a decir. Es bravo. Pero tenés que levantar la cabeza…
-¡Fácil para vos, que tu mujer no te escupió la vida con tu propio hermano…
Quien un día de 1916 hizo tan dramática confesión había nacido con el nombre de Lorenzo Arola (24 de febrero de 1892 – 29 de setiembre de 1924), uno de los hijos de un matrimonio de inmigrantes franceses, el primer creador del tango moderno, al que, en plena fama, llamarían Eduardo Arolas y apodarían “El tigre del bandoneón”, con fama añadida de enamoradizo e infiel. El receptor de aquella angustia –terrible, en épocas de un machismo exacerbado- fue su amigo “Mochila”, Ricardo González, quien le enseñó los primeros rudimentos musicales con una guitarra, y cuyo testimonio, publicado después de fallecido el gran compositor, permite que hoy se transcriba esta anécdota, tan cruda pero crucial, con certeza de verdad.
Su vida duró apenas treinta y dos años. Ese dolor enorme lo sumió en el alcohol y la depresión y lo llevó a la muerte en un modesto hospital municipal de París. Hoy parece increíble que, pese a semejantes circunstancias, Arolas haya alcanzado el más alto nivel de renovador del tango –el primero que lo escribió 4 x 8 y rescató el aporte criollo- con una obra vastísima y de sutil calidad.
“Mochila” le enseñó a tocar la guitarra aunque pronto Arolas se enamoró perdidamente del bandoneón. Al comienzo, como “orejeaba”, o sea tocaba de oído, tarareaba las melodías y su amigo Francisco Canaro se las pasaba al pentagrama. Su primer conjunto lo armó con el guitarrista y contrabajista Leopoldo Thompson y el violinista Eduardo Ponzio. Poco más tarde cambió esa integración y convocó a Agustín Bardi en piano y a Tito Rocatagliatta en violín, aunque en uno de sus grupos más famosos lo acompañaron Julio De Caro y Rafael Tuegols en violines, Roberto Goyeneche en piano y Luis Bernstein en contrabajo: en esta época grabó para los sellos Tocasolo, Sin Rival, Odeón y Víctor. En 1913, a sus veintiún años, fue llamado por Roberto Firpo, con cuya orquesta participó de un extenso ciclo en el Armenonville.
Ya entonces comenzó sus viajes a Montevideo, adonde tenía varios amigos, ciudad que aún guarda recuerdos amarillentos de sus éxitos en Teatro Casino.
Arolas se puso por primera vez un bandoneón sobre sus rodillas en 1906, inició giras por pueblos, hizo actuaciones en cafetines porteños y compuso su primer tango, Una noche de garufa, en 1909. Después vinieron, en rápida sucesión –y es ésta una lista incompleta- Alice, Anatomía y Rawson (dos tangos creados para los famosos “Bailes del internado”), Cardos, Colorao, Comme il faut, Derecho viejo, El Marne, El rey de los bordoneos, Fuegos artificiales, La guitarrita –el ejemplo más acabado de la influencia de la música criolla en el tango-, La cachila, Lágrimas, Maipo, Moñito, Papas calientes, Retintín –dedicado a un famoso caballo de carreras-, Viborita, Tupungato, Catamarca. Volcán, el vals A mi madre y el paso doble El gitanillo.
Admirado como compositor, nunca hubo acuerdo sobre sus virtudes de ejecutante, pese a que Luis Alberto Sierra ha destacado que fue el primero en hacer fraseos octavados con la mano derecha; Julio De Caro (que le dedicó dos hermosos tangos, Arolas y El tigre del bandoneón) lo consideró al creador del “rezongo” y el fraseo; y Alfonso Fogaza lo llamó “El inventor de los ligados”. Osvaldo Pugliese, parándose más allá del estilo, no tenía dudas: –Arolas fue la primera piedra con que se construyó la gran evolución del tango; lo siguieron Bardi, Cobián y De Caro. Después, todos, cada quien con sus matices, hasta Piazzolla, fuimos decareanos”.
Y Arolas también fue, paradójicamente, el primer trágico del tango en la vida real: mujeriego y peleador, la traición de su esposa lo hundió en la bebida y la desesperación. Después de Montevideo vivió unos años en Francia –donde sólo compuso una obra, Place Pigall-: las sombras nocturnas de París crearon el escenario de su muerte en 1924.
León Benarós le dedicó su famoso poema “Milonga para Arolas”: Si algún organito añejo/ pasa por el arrabal,/ o alguien silba, bien o mal,/ el tango Derecho Viejo,/ nos estremece el pellejo/ un responso milonguero/ y un réquiem arrabalero/ tirita en las calles solas:/ es que rezan por Arolas/ y hay que sacarse el sombrero.
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