URUGUAY ENTERO DE COLECCIÓN/ Desde Montevideo/Eduardo Mérica para DIARIO URUGUAY.
Nació para investigar la naturaleza. Se llama Richar Enry Ferreira y acaba de lanzar su libro “UN DESASTRE AMBIENTAL – El misterioso naufragio del Taquarí”, que viene a ser una llamada urgente a la acción nuestra. Y sin saberlo nos venimos a enterar, casualmente, que residió en uno de los mejores lugares de Montevideo: el barrio Arroyo Seco. A trescientos metros del 1119, de la calle Entre Ríos.
Y se podrán imaginar que inmediatamente nos hablamos sinceramente, mezclando algo que siempre manteníamos oculto: “¡Qué increíble, las vueltas de la vida!”, me exclamó. Y bueno, han pasado más de treinta años y ahora el productor, documentalista, y escritor, rememora su adolescencia en una crónica de una vida anunciada y “muy real” en el que narra los sueños de un adolescente, obligado por las circunstancias a criarse alejado de sus padres, y que es, lo recuerda con el mínimo esfuerzo mental, el claro reflejo de la situación que vivieron muchas personas que debieron salir de un lugar del interior de nuestro país, y arraigadas en él… “En el 2719 de la calle Agraciada. Una puerta gris al frente, por un corredor al fondo era la casa, con sótano y azotea, lo cual era toda una novedad pa´un gurí agarrao a boleadora, allá de Melo…”. Agregando con un trazo muy suelto: “En la puerta de la reja, ahí viví; y ahí se va al fondo por un corredor donde hay dos apartamentos. A la derecha había un taller mecánico y a la izquierda había una talabartería industrial que hacía cintos de cuero y cartera, hasta camperas…”.
EL 2719 DE LA AVENIDA AGRACIADA
Y con una mirada comprensiva hacia un pasado lleno de paseos, de deberes, de sueños y risas nos termina contando: “Del otro lado de la calle Agraciada estaba Gasparri, que cerraba los domingos y quedaba toda esa vereda para chivear… Los kilos de tangerinas que comimos al sol, ahí!!!!!” Es que es así el melense Richar Enry, nacido un 20 de marzo y con un estilo bien definido: “Un periodista de investigación comprometido con la preservación del ambiente natural, escritor serio y profesional”, como lo señala con acertada puntería la periodista y abogada Cecilia Martínez.
Y un día cualquiera, a comienzos de la década del noventa, sus padres Arturo y Flor (ella es hermana de la madre del campeón de América y del Mundo, Dámaso Clavijo), vieron marcharse a su hijo… La posterior imagen montevideana, un poco borrosa por el tiempo y la cocina de la hermana de su madre (su otra tía), la que lo acojió en el hogar de la familia de Ilda Rodríguez y Baldomir Francia, de la principal avenida del barrio Arroyo Seco, se terminaría proyectando algo que él había idealizado en sus sueños: se iluminaba su vida por los primeros rayos del verano y de los ojos de mamá Flor brotaban tenues lágrimas, el sueño de su crío se estaba haciendo realidad: empezaba a convertirse en hombre.
Agraciada y Entre Ríos, una esquina más…
“Para muchos, una esquina más de Montevideo; sin embargo, para mí fue el principio de todo. Una madrugada de febrero de 1991, luego de viajar unas 12 horas como acompañante del “Gringo” (un camionero que me llevó en su Escania 110 naranja desde Melo a cambio de nada), al llegar por Ruta 7 al Barrio Arroyo Seco, paró en la esquina de Agraciada y Entre Ríos, como a las 6 de la mañana. Recuerdo vívidamente que mirando el semáforo en amarillo intermitente me dijo: “la casa de tus tíos debe ser por allí –y tras señalar con su dedo, se despidió: -Suerte, gurí”.
Así, a los 14 años de edad, dejaba la casa de mis padres para buscarme la vida en la capital, sin haber pasado allí antes más que algún fin de semana de paseo; me fui a trabajar y estudiar, a frecuentar bailes y a empezar a andar caminos nuevos que me cambiaron la vida para siempre.
Mis tíos y primos pasaron a ser mi segunda gran familia hasta el día de hoy; y con una guía de 1986 que aún guardo con cariño, El Gallito Luis –que mi tío compraba para hacer negocios y ofrecer su oficio- y unos mapas viejos que desdoblaba para ubicarme, salí a pie en busca de una oportunidad. Llegué a la plaza donde sólo estaba el monumento a Rivera (allí donde se yergue hoy la Terminal Tres Cruces), fui a fruterías, supermercados, tiendas y todos los que llamaban a interesados en trabajar; aunque tuvieran condiciones de empleo que yo no podía satisfacer, igual hacía fila, intentaba y en algunos hasta insistía.
“Hoy estábamos conversando con mi primo, el que quedó en mi lugar en la heladería y sacábamos cuenta que de Agraciada y Entre Ríos a Zubillaga y Avenida Brasil quedan casi kilómetros,
que los hacíamos a pie. Lo qué es la necesidad!!!”Richar Enry, el escritor del libro UN DESASTRE AMBIENTAL
A pesar de que corrí varias semanas en busca de un trabajito -cualquiera que me permitiera despegar y no tener que volver atrás de manos vacías, sin algo que contar o de que sentirme orgulloso- fue apenas poco antes de cumplir 15 años que la Heladería Lizette me empleó; trabajé unos días “en negro” para aprender y agarrarle la mano al servicio, y ni bien cumplí la edad mínima, fui contratado. No puedo explicar la alegría que sentí, la satisfacción de tener mi primer trabajo legal; de allí guardo mi primer recibo de sueldo y el carné del Iname (hoy Inau).
Hoy dos de mis figuras referentes de esa época se han desdibujado con el tiempo: uno de mis primos -con el que sólo nos separaban 3 meses de edad- falleció por una mala praxis médica, y mi tío dejó este mundo víctima de un infarto. Sin embargo, permanece imborrable en mí la memoria de aquellos domingos por la tarde, luego de almorzar, cuando nos íbamos a la vereda de enfrente (allí donde estaba Gasparri Hnos. con maquinarias rurales) y jugábamos al fútbol, comíamos tangerinas, reíamos y soñábamos, entre el permanente olor a cebada y el trajinar de fábricas e industrias que teñían las ropas en la cuerda de la azotea.
En aquella esquina vi accidentes de tránsito, llamé del teléfono público monedero, comí pizza y mila en dos panes del bar; también recuerdo una gran pintura en silueta negra sobre fondo amarillo en las paredes de la fábrica de cerveza, como de un atardecer, donde un hombre viajaba con su diligencia a caballo cargando barriles, antes de que pegatinas políticas y sindicales de a poco la fueran haciendo desaparecer.
Entre Ríos era la calle para ir al supermercado a hacer los mandados; ir y volver hasta la calle Zapicán eran leves momentos de enajenación en que uno se sentía en el lugar donde quería estar -por aquellas épocas la inseguridad no era tanta, o al menos nosotros no la percibíamos con un peligro letal-. Concurrí al Liceo 17, allí en Fernández Crespo y la rotonda del Palacio Legislativo, en el horario nocturno cuando salía de trabajar y cursé mi tercer año de Ciclo Básico.
El tiempo pasó, yo dejé ese trabajo para pasar a uno mejor (mi lugar lo ocupó otro de mis primos), y seguí mi camino hasta que por las vueltas de la vida tuve que volver a mi ciudad natal, donde posteriormente constituí familia, tuve otros empleos e hijos a los que contar mis experiencias de vida en la capital. Sin embargo, una cosa es segura: llegar a esa esquina es como volver a estar en casa, es entrar en una cápsula del tiempo y viajar décadas atrás. Y aunque las ausencias se sienten en el pecho y los olores o los colores no son iguales, la memoria siempre permanece.
Gracias Eduardo Mérica por traer esas memorias a mi vida, abrazo.
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Un Desastre Ambiental-El misterioso naufragio del Taquarí está con WWF y Greenpeace International en Montevideo, Departamento de Montevideo.
La prosa del autor se convierte en un vehículo para comprender el alcance de la contaminación y su impacto en la vida marina, así como en las comunidades costeras que dependen de sus recursos. A medida que leemos, somos confrontados con datos científicos y testimonios que ilustran la gravedad de la situación, un recordatorio de que la irresponsabilidad empresarial puede tener efectos devastadores en el medio ambiente.
Este trabajo literario no solo informa, sino que también busca despertar la conciencia colectiva sobre la necesidad de una gestión más sostenible de nuestras costas y océanos. “Un desastre ambiental, el misterioso naufragio del Taquarí”.
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