(Ignacio Naón, 2009).
Así arribaban a los puertos de La Coruña, Vigo, El Ferrol, o el lejano Cádiz, los emigrantes gallegos camino a las Américas. Con un sueño de esperanza y de prosperidad, y también con el dolor en el rostro por abandonar su tierra, su familia y sus amigos. Así lo refleja el pintor gallego Alfonso Daniel Rodríguez Castelao cuando retrató el momento en que un adolescente embarcaba hacia un nuevo arraigo. El destino era una tierra desconocida a la que contribuyó con su esfuerzo, como tantos otros. Pocas actividades reflejan la presencia gallega en Montevideo, como los bares creados por los herederos del legendario Francisco San Román. Allí convive la cultura popular, con una dulce morriña.
Sobre la base del capítulo 8 del libro Galicia en Uruguay (Montevideo, 2009), de Montevideo Manual del Visitante 2013 y Chivito. El Rey de los sándwiches de carne (Ediciones de la Plaza, 2014). Fotos: Ignacio Naón, Alejandro Sequeira, AOR y archivos.
El Hacha, una sensibilidad cortante
Durante décadas fue el más antiguo de Montevideo, aunque su nombre original no ha quedado registrado. Abrió sus puertas en pleno siglo XVIII, al principio como una de las pulperías urbanas más concurridas, por entonces, denominadas popularmente “esquinas”.
Almacén y Bar del Hacha, el más antiguo de Montevideo.
Es muy probable que en la medianoche del 15 de abril de 1794, su primer propietario, el gallego Juan Vázquez, se fue a dormir temprano y dejó al dependiente navarro, Bernardo Paniagua, para que atendiese a dos molestos parroquianos. Al fin quedó uno solo de beberaje en la penumbra. Un hosco marinero italiano, llamado Domenico Gambini, que horas después trepó una balandra, todavía de madrugada, rumbo a Buenos Aires. Poco tardó en llegar la noticia a la capital argentina. Gambini había robado la recaudación del bar montevideano, luego de asesinar de un hachazo furibundo al pobre Paniagua.
Promediado el siglo XIX dejó atrás su condición de pulpería para transformarse en almacén de “ramos generales”. En el albor del 1900 ya era almacén y bar, y desde entonces es uno de los boliches tradicionales de la Ciudad Vieja fundacional, ubicado en el cruce de las calles Buenos Aires y Maciel, en una zona conocida como Guruyú. En su mostrador de estaño se reunían criollos, italianos, árabes, judíos sefardíes, armenios, turcos, descendientes de africanos y otros inmigrantes; con una naturalidad que marcó su perfil cosmopolita
El gallego José Pérez González llegó a Montevideo una mañana de 1953. Ese mismo día se empleó como dependiente en el Bar Del Hacha; fue su propietario y memoria viva, desde 1960 hasta 2000. Solía recordar que allí, una tarde de invierno, el poeta “Tito” Cabano escribió una letra de tango que recorrió el mundo. Le llamó Un boliche y empezaba así: “Un boliche como hay tantos, una mesa como hay muchas”.
Luego de un cierre momentáneo, el histórico comercio resurgió en 2004, de la mano de Avelino “Pichu” Carballo, un hijo de coruñeses, verdadero gestor cultural adecuado a los nuevos tiempos. Con el aura que le ha dado justa fama, manteniendo el espíritu y la tradición, el antiguo boliche lo transformó en un restorán y un ámbito para el tango y la música popular.
El viernes 17 de mayo de 2013 fue reabierto una vez más, por iniciativa de Lucía Berretta, Gabriela Pérez e Ismael Nan, ahora como centro cultural con impronta tanguera y de música popular. El boliche bicentenario también es restaurante y espacio plástico y audiovisual. Sus mesas fueron intervenidas por la creatividad de once artistas: Cecilia Vignolo, Santiago Tavella, Dani Umpi, Rosario Pacha Albertini, Fabián Mendoza, Yudi Yudoyoko, Elian Stolarsky, Diego Focaccio, Mauricio Pizzard, Fernando Corbo, Vicky Barranguet. A pesar de los siglos, los cambios y la modernidad siempre será El ”Viejo” Hacha.
Las crónicas de época cuentan que el avieso Gambini fue detenido y deportado a Montevideo. Arribó engrillado, para su juicio sumario. Fue ahorcado pocos días después ante la indignada presencia de Vázquez, el noble gallego que atravesó el hacha homicida en una de las ventanas de su almacén. Nadie se animó a quitarla de allí, hasta muchos años después de su muerte.
El Hacha es una celebridad mayor de la cultura popular uruguaya que mereció la edición de un sello postal propio y la declaración como Monumento Histórico Nacional. Pero el aura patrimonial no lo protegió contra las intermitencias comerciales. En 2015 el glorioso bar cerró una vez más, a la espera de nuevos emprendedores.
Fuente: Crónicas Migrantes de Armando Olveira.
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