Ramón Mérica: «el mundo ha pasado por mi casa»

HECALAMERICA POR RAMÓN MÉRICA EN DIARIO URUGUAY.

-¿Qué leía cuando tenía ocho o diez años, en su casa de Salto?
-Leía todo lo que se me cruzaba. Leía diarios, era la época en que en las casas se compraban dos diarios, y además el diario de la ciudad, que en Salto era la Tribuna Salteña. Pero además tuve la suerte, con Enrique Amorím, de acceder a un mundo literario, culto, muy profundo que me gustaba enormemente.

-¿Tuvo una niñez común, con amigos, con juegos?
-Absolutamente. En casa eran muy católicos – yo lo sigo siendo – y herreristas – nunca lo fuí y ya ni siquiera soy nacionalista -. Fui a la escuela de curas y al tercer año pedí que me sacaran porque ya no los soportaba. Y era la peor figura del colegio. Me quedaba todas las tardes haciendo los deberes, con la túnica manchada, un desastre. Pedí para ir a escuela pública, y ahí fuí el mejor. Yo tenía un problema con los curas. Pero sigo yendo a misa todos los domingos.

“AHORA NADIE INVITA A ALMORZAR, NADIE ABRE SU CASA”

-Desde que vino a Montevideo, ¿siempre vivió en el centro?
-Si, es el lugar que más me gusta. Siempre elijo el lugar donde ocurren las cosas. Cuando viajo, aunque amigos me invitan a sus casas, siempre prefiero tomar un hotel en el Centro. Me parece que es donde se palpitan mejor las cosas, y además en el caso de Montevideo, es el pasaporte a las cosas que me interesan: los conciertos, las conferencias, el ballet.

-¿Es un solitario?
-No, para nada. Esta casa vive repleta de gente. Yo vivo cocinando, me gusta poner una buena mesa, me gusta hacer rica comida. No me gusta pedir pizza a la esquina.

-¿Se cocina todos los días?
-No. yo como bastante afuera, por aquí cerca. Porque además, cocinar para uno… hay veces que sirve y a veces no. Siempre tengo algo en la heladera por si cae alguien. Siempre hay vino, whisky, galletitas. Uno de los grandes fenómenos antropológicos y sociológicos que ha sufrido el Uruguay, es que la gente cerró sus casas. En los años setenta, salíamos del Solís y nos peleábamos por invitarnos. Ahora nadie invita a almorzar, nadie abre su casa.