Una historia impar

ANTONIO PIPPO PEDRAGOSA, Periodista, Escritor, Editorialista. Director Gral. de Cultura Tanguera para Diario Uruguay.

-Como con bronca y junando,/ de rabo de ojo a un costado,/ sus pasos ha encaminado/ derecho pa’l arrabal./ Lo lleva el presentimiento/ de que en el aquel potrerito/ no existe ya el bulincito/ que fue su único ideal.

Es la estrofa inicial de El ciruja, el tango de historia inigualable, el que reúne mayor cantidad de vocablos lunfardos, el que conmovió a Federico García Lorca y a Jacinto Benavente y del que José Gobello dijo: –El ciruja, junto a La gayola y Barajando fueron los últimos tangos malandras (…) La última estrofa de El ciruja es el verso más perfecto que haya enriquecido la literatura tanguística: -Hoy ya libre ‘e la gayola y sin la mina,/ campaneando un cacho ‘e sol en la vedera,/ piensa un rato en el amor de la quemera/ y solloza su traición.

Curiosamente, nació de una apuesta.

Natividad Ernesto De la Cruz, “El negro”, autor de su música (Entre Ríos, 8 de setiembre de 1898 – 14 de noviembre de 1985), estudiaba, a inicio de la década de 1920, con el maestro Gilardo Gilardi; cierto día advirtió sobre el piano de éste la partitura de la ópera Urutaú, que el docente estaba terminando y le preguntó qué se hacía primero, la música o la poesía; la respuesta fue tajante: -En todos los casos el poeta debe escribir primero y el músico después.

De la Cruz, bandoneonista, compositor y director, actuaba entonces en el café El Nacional con su orquesta y el cantor Pedro Eduardo Gómez, quien solía hacer dúos con Alfredo Filiberto Marino, guitarrista, cantor, compositor, actor de cine y teatro y locutor radial (Buenos Aires, 30 de enero de 1904 – 21 de marzo de 1973), a la postre letrista de El ciruja.

Y una noche irrumpió la apuesta.

De la Cruz, con una difusa melodía en mente, propuso componer un tango con una letra que tuviera varios toques de lunfardo; Gómez apostó dinero a Marino, quien se ofreció a escribirla en dos días, de que no sería capaz de hacer esa poesía con más palabras del habla marginal de las que antes se hubieren escrito en un tema.

Marino ganó la apuesta: El ciruja, nombre que se debe a Gómez, fue estrenado en 1926, apenas vencido ese plazo, por la orquesta de “El negro”; de la primera placa grabada se editaron 150.000 copias. El mismo año lo llevaron al disco Gardel y Corsini para Odeón y un año después lo hizo Rosita Quiroga para RCA Víctor.

No acabaron ahí, sin embargo, las peripecias de este tango.

La dictadura militar argentina decidió eliminar el lunfardo en 1943. El ciruja se esfumó un tiempo, hasta que en 1948 Marino aceptó cambiar la letra, consagrando, muy a su pesar, un verdadero destrozo. Basta, para entenderlo, comparar la primera parte de la segunda estrofa de cada versión. La original: -Recordaba aquellas horas de garufa/ cuando minga de laburo se pasaba/, meta punga al codillo escolaseaba/ y en los burros se ligaba un metejón. Y la “decente”: -Vos que has sido catedrático en el hampa,/ vos que sos semidiós entre el chusmaje,/ respetado entre la flor del sabalaje/ por tu estampa de buen mozo y de varón.

Una gestión de SADAIC y los autores directamente ante Perón logró, cuando nadie lo esperaba, que fuese levantada la prohibición no sólo para El ciruja sino para todos los tangos con lunfardo ya escritos. La excepcional obra de De la Cruz y Marino recobró su identidad.

García Lorca conoció este tango por una grabación de Gardel. Cuando estuvo en la Argentina, el cantor lo invitó a almorzar junto a César Tiempo y le cantó, con la intención de homenajearlo, CaminitoMis flores negras y Claveles mendocinos; pero al autor de Bodas de sangre, ya frecuentador de Discépolo y de Carlos de la Púa, le había picado el bichito del lunfardo: por eso, en un encuentro posterior, en la casa donde se hospedaba, tocó al piano El ciruja y le pidió a Gardel que lo cantara; y fue complacido con gusto.

El caso de Jacinto Benavente merece su mención. También descubrió el tema gracias a  Gardel, de quien fue amigo. Al Zorzal le gustaba recordar cómo, en cada conversación entre ambos, el dramaturgo español lo atomizaba pidiéndole explicaciones sobre qué quería decir cada término usado en aquella poesía que, según decía, le había despertado ideas sobre futuras  obras teatrales.

Vale decir que “ciruja” se ha utilizado como apócope de “cirujano”, referido, en sentido irónico y un tanto forzado, al palo con un pincho que usaban en la época quienes revolvían los vertederos o basureros de la ciudad. Pero en este caso, claramente, su acepción es la de “ladrón de poca monta, punguista, lancero”.