Viejas Farmacias Santanenses

HISTORIOGRAFIA desde Santana do Livramento, Brasil/Carlos Alberto Potoko para Diario Uruguay.

Cuando los primeros colonos llegaron aquí en 1823, no había doctores, nuestros abuelos nos dicen que cuando les daba dolor de cabeza, iban a la cocina y tomaban una papa, cortaban dos rebanadas y ponían una en cada tempora. Quedaron sorprendidos de cómo la tuberculosis se estaba secando y se hinchaba al mismo tiempo que pasaba el dolor de cabeza. Dijeron que era el aire lo que les había entrado porque no prestaban atención a lo que estaban pensando.

Cuando tenían dolores de estómago, iban a la cocina y tomaban buena grasa, un pedazo de papel gris y una manta. Se frotaron con sus cálidas y cálidas manos y salen de sus labios orando. Masajearon los intestinos, pusieron el papel en el paciente, y luego lo voltearon. Se pusieron un poco más de mantequilla en la espalda, corren sus manos por toda la columna; luego pusieron una manta y sacaron cada vértebra lumbar hasta que se rompió. Ya había preparado una galleta tostada que roció con las manos poniendo en té de menta cosechada en el patio.

Cuando llegaba la gripe, iban a la cocina, tomaban unos pimientos y dos tomates verdes grandes, los ponían en un plato de hornear y los dejaban allí hasta que se quemaran. Pondría un poco de aceite de oliva en mis brazos, cortaría los tomates en goma y pasaría por los meridianos hasta la garganta masajeándolo con sus dedos curativos. El olor de los pimientos abrió el aliento, finalmente su antibiótico llegó a la garganta.

Cuando nuestros abuelos vieron lo tristes que estábamos, iban a la cocina, cogían un huevo de gallina, cortaban una nuez y una rama de salvia, y nos la pasaban por el cuerpo, empezando por la parte superior de la cabeza del enfermo. Allí rezaste, podías sentir la tristeza dejando el cuerpo y el amor por la vida volviendo. Después de limpiar el cuerpo, dieron un té de manzanilla y acariciaron el cabello con sus manos aroma picante.

La farmacia de nuestras abuelas estaba en su cocina, en las verduras y las plantas, en las mantequilla y grasas, tenían una rama en el jardín, hicieron arreglos con las flores, conversaban con los pájaros, la tierra les escuchaba. Eran amigos de los elementos. Hablaron de la importancia de sus abuelos con estas enseñanzas. Hoy me presento a su memoria, hicimos una alianza con mi abuela que me curó con esta farmacia bendiciéndome. Mi abuela, doña Natividad, me hizo una persona de oración, con ella aprendí a cuidarme, me habló de la importancia de mi altar, sembró su fe en mis ojos.

ANTIGA FARMÁCIA DOS SANTANENSES

Quando os primeiros moradores chegaram aqui em 1823 não existiam médicos, contam nossos avós que quando tinham dor de cabeça, iam até a cozinha e pegava uma batata, cortava duas rodelas e colocava uma em cada têmpora. Admiravam como o tubérculo estava secando e ficando preto ao mesmo tempo que a dor de cabeça passava. Diziam que era um ar que havia entrado nelas por não prestar atenção no que estava pensando.

Quando tinham dor de barriga, iam até a cozinha e pegava um pouco de gordura boa, um pedaço de papel pardo e um cobertor. Esfregavam com suas mãos calejadas, quentes e saia dos seus lábios rezando. Faziam massagem nas entranhas, colocavam o papel em cima do doente e depois o virava. Colocavam mais um pouquinho de manteiga nas costas, passavam as mãos por toda a coluna; Depois colocavam um cobertor e puxavam cada vértebra lombar até quebrar. Ele já havia preparado uma bolacha torrada que pulverizava com as mãos colocando no chá de menta colhido no quintal.

Quando chegava a gripe, iam até a cozinha, pegavam umas pimentas e dois tomates verdes grandes, colocavam num prato de terra cozida e deixava lá até eles queimarem. Passava um pouco de azeite nos braços, cortava os tomates em gomos e passava pelos meridianos até a garganta fazendo uma massagem com seus dedos curativos. O cheiro das pimentas abria a respiração, enfim, seu antibiótico chegava até garganta.

Quando nossos avós viam como estávamos tristes, iam até a cozinha, pegavam um ovo de galinha, cortavam um pouco de arruda e um ramo de sálvia e passavam pelo corpo, começando pelo topo da cabeça do doente. Lá se orava, se sentia a tristeza abandonar o corpo e o amor pela vida voltando. Depois de limpar o corpo, elas davam um chá de camomila e acariciando os cabelos com suas mãos de cheiro apimentado.

A farmácia das nossas avós ficava na cozinha delas, nos legumes e plantas, nas manteigas e gorduras, elas tinham um galho no jardim, faziam tratos com as flores, conversavam com os pássaros, a terra as ouvia. Elas eram amigas dos elementos. Falavam da importância dos avós delas com esses ensinamentos. Hoje me apresento a memória delas, fizemos uma aliança com minha avó que me curava com essa farmácia me benzendo. Minha vó, Dona Natividade, me tornou uma pessoa de oração, com ela aprendi a me cuidar, ela me contou sobre a importância do meu altar, plantou sua fé em meu olhar.