Parece cuento: Una maleta aprehendida, la casa del Chiche, y la frase de doña Santa

Desde la frontera Rivera Livramento/ Roberto Beto Araújo para Diario Uruguay.

…………………….

El otro día fuí a la casa del finado Chiche; bueno vaya atrevimiento el mío hablar del Chiche así como si se tratara de un íntimo amigo, sin guardar la distancia necesaria frente a un exitoso jurista que supo pasear su prestigio por estrados y juzgados de todo el país; y si lo trato con tal intimidad es apenas por osmosis semántica, consecuencia insolente de cómo oía nombrarlo cuando la Mama, la Tití y la Negra se referían a él, pues para ellas nunca había dejado de ser el Chiche, el hijo de la Nepomuncena, prima lejana que se eludió de la familia cuando el memorado “quiebre de Laureles” allá por la década de los treinta, cuando se planteó el lío entre los Silva y los Camargos, ese lío que nunca entendí, ni creo que pueda entenderlo jamás, pues la mayoría de los que sabían algo ya están muertos, y los pocos vivos que quedan (si es que queda alguno) o se olvidaron o no hablan del asunto.

Pero tá, eso es otra cosa, lo cierto es que fuí a la casa del Chiche, y fuí apenas por cortesía pues me citó la Evangelina, la sobrina que cuida a la Viuda del Chiche; y por hablar de la viuda ya queda poco de aquella exuberante dama que paseaba su clase y distinción por velorios y casamientos familiares de la década del setenta, y hoy es una pobre vieja que ya vegeta en una silla de ruedas, más para allá que para acá, en una penosa agonía que me conmueve y sensibiliza a pesar de los recuerdos poco gratos de su ayer deslumbrante.

Y fui porque la Evangelina me llamó casi que en desesperación, pues había sido notificada de un paquete que le enviara su hijo que vive en Madrid y la aduana le había retenido, y bueno eso para mí es cosa de todos los días, pues en verdad la gente compra afuera sin medir las consecuencias y después uno debe andar tapando agujeros, y no siempre puede solucionar la cosa.

Por eso fuí a la casa del Chiche, casi sin notificarme que era la casa del Chiche, esa majestuosa Mansión que cuando gurí solo escuchaba hablar por rumores, pues perteneciendo al ala pobre de la familia, no era frecuentador de esas veleidades.

Y mientras hablaba con Evangelina, entré a mirar el entorno, los muebles estilo Luis no se dé cuanto que ahora tenían las patas apolilladas, ese mobiliario que siempre se hablaba en casa con envidia y fruición, y me detuve a contemplar las cortinas de terciopelo punzó francés, que mi madre tanto ponderaba, el Tapiz Persa que un día el Toto llegado de Buen Retiro manchó con bosta de caballo que traía en sus botas y que ocasionó un lío que casi termina en muerte, pues el Chiche a instancias de su mujer le reprochó al Toto el descuido, y el Toto que era bruto como lonja de venado, le cantó una sarta de verdades –“Mas que te pensa dortocito de mierda, tu te olvidas que le llené la barriga a tu madre cuando andava loca de fome por Tranqueras…, me cago no teu diploma y en teu tapete de merda…” y hasta llegó a desenvainar el caronero, y de no mediar la providencial aparición del Nene, el Toto lo ensarta al Dr como chinchulín en yerra.

O sea mientras Evangelina me hacía el discurso de su maleta retenida por la aduana, mi mente giraba en torno a todo aquella escena antes ostentosa y aparatosa, y ahora descolorida y apagada, que en su decadencia daba testimonio incontestable de lo efímero de la existencia, el orgullo y la riqueza material.

Yo al Chiche apenas que lo conocí, recuerdo su llegada solemne en el Velorio de la Tití cuando todos se levantaron para saludarlo sumisamente como si llegara un príncipe, un general o algo por el estilo, y la vez aquella en que el tío Nelson se mandó una macana y alguien solicitó recurrir a sus servicios profesionales para arreglar el quilombo, y tengo muy patente su llegada ceremonial en su auto oscuro y roncador, recuerdo que se plantó frente a la asamblea familiar y se explayó sermoneando sobre la honradez, la probidad humana ,y la necesidad de educar a los hijos en la rectitud de la honorabilidad.

Yo qué sé, alguna vez escuché que el Chiche en su memorada moralidad, se permitía algún desliz y hasta se rumoreaba que era golpeador de mujeres, y que tanto le pegó a su mujer el día en que la encontró fumando, como a la madre cuando comida por el alzheimer se comenzó a orinar en la ropa, y hasta se dijo que alguna vez amparado en su autoritarismo autoritario, llegó a cascotear a doña Juana que le lavaba la ropa, por causa de un documento que se mojó por descuido.

También, y de eso puedo dar fe, le arrimaba el mango a sus hijos, que al fin y pese a la rectitud de sus enseñanzas, se terminaron yendo a la mierda, el Gurí para Argentina y hay quien dice que terminó en cana pues se metió con gente del bajo, y la gurisa que rajó para Estados Unidos entreverada con un hippie y nunca más siquiera llamó para dar noticias de su vida, y por allá debe andar si es que ya no murió.

Lo cierto es que ni la nena ni el varoncito, siquiera vinieron el día en que se murió el Chiche ya sin prestigio ni fortuna, y que según son mentas fue necesario recurrir a un transeúnte que pasaba por el cementerio para ayudar a llevar el cajón, pues faltaba uno para ayudar a erguir el féretro por las escaleras del camposanto.

Y bue.. al fin fuí a la casa del Chiche sólo para auxiliar a Evangelina que tenía una maleta presa por la aduana, y terminé repasando al contemplar aquella decadente escena, las vicisitudes de la vida y de la existencia, y pude deletrear en la mirada vacía de la viuda que vegeta en una silla de ruedas lo terrible del ocaso de una vida mal vivida; a la vez que comprender lo risible del orgullo, lo transitorio y banal de la fortuna material y lo estéril del moralismo exacerbado, y me vino a la memoria la célebre frase de doña Santa cuando le noticiaron la muerte de don Ermes Valdivia y que se me impregnó en la memoria.

“Para que tanta imbisao” traducido “para que tanta ambición”.

Yo qué sé….