Diario Uruguay

¡No está escrito!

Agonistas y Protagonistas: Isabelita del Valle y la espuma de los días. Acaricia mi ensueño…

HECHALAMERICA POR RAMÓN MÉRICA CON LA NOVIA DE GARDEL EN DIARIO URUGUAY.

Aletea un revuelo de pajarera en ese claro departamento de Aidy Grill. Los responsables son los niños, ninguno de ellos más allá de los diez años, que parecen estar pendientes de una fiesta inusitada, inesperada, aunque me atrevería a jurar que no es la primera vez, que asisten a un acontecimiento similar, por más que lo impresione la parafernalia fotográfica de Coco Caruso, sus imponentes cámaras, zooms y telex, el grabador que cuelga de mi mano. Mientras tanto, una señora joven (en espera de otro niño que todavía no puede asistir a ese festejo) pide que nos sentemos, que la señora ya viene. La señora que ya vendrá se llama Isabel del Valle de Fattori, tiene 73 años, es viuda y carga sobre sus hombros con una historia que es toda una responsabilidad: es la única mujer de la que se ha dicho -y se dice- que fue la novia de Carlos Gardel, un nombre que para el Río de la Plata es algo más que un tango: es el símbolo de una pasión, es la leyenda intocada de una manera de sentir de los hombres de estas tierras.

No solamente los chicos están excitados con el acontecimiento: yo también lo estoy, porque hace casi ocho años que ando detrás de esta señora que en cualquier momento vendrá, que en cualquier momento aparecerá en el comedor adonde estamos instalados para ir descubriendo ese…

Perdone la demora, pero hoy me tuve que quedar un rato más a descansar porque…

Dos días antes, bajo ese sol que cuando se obstina es capaz de calcinar las piedras, me fui hasta la Barra de Maldonado, un sitio que se ha vuelto presuntamente elegante gracias a la tracción a tilinguería de algunos presuntos snobs, un sitio que ella conoció de otra manera, hace como cuarenta años, cuando dejó Buenos Aires y sus recuerdos y se instaló allí con marido y hotel propio. El hotel todavía existe, su marido ya no, pero la dilatada postergación de nuestro encuentro debía prolongarse un poco más.

-No. La señora Isabel ya no vive más aquí. Hace como tres años que vendió este hotel y se mudó.
La voz de la informante me sacudió otra vez. ¿Será posible que deba perseguirla quién sabe cuántos años más a esta misteriosa novia de negro? Pero el informe no se terminó allí: vive en la calle Salto Grande, en un edificio llamado Hidra Green. El edificio ni suena llamarse así, pero por similitudes fonéticas llamé a la portería del Aidy Grill y pregunté por la familia Fattori.

-Es el cuarto piso, aclaró el portero.
Una gozosa familia sin hombres (hay dos señoras, varios chicos de edades diversas, un perro que se trasluce detrás de los ventanales) revolotea alrededor de un inmenso flan hecho, sin ninguna duda, por la señora mayor. Una señora grandota y de anteojos que desde lejos, sin saber de quién se trata, invita a pasar con una voz muy musical, muy clara, esa voz que en este instante revive desde el grabador una cadena de recuerdos, anécdotas, manías y singularidades del hombre más popular que han dado estas tierras en gran parte de su historia.

-¿Y de qué quiere hablar? ¿De Carlos? Yo ya dije que no quiero saber nada con periodistas porque…

Perdone la demora, pero hoy tuve que quedarme un poco más a descansar porque se me atrasó el almuerzo y la siestita se me alargó Uyyyy! ¿Qué van a hacer con esos aparatos? ¿Y todo ese carrito está lleno de cámaras de fotos?

Dos días antes cuando finalmente la convencí de someterse al reportaje, me había dicho que no quería fotos, que bastaba con hablar alguna cosita y ya estaba, que se ilustrara la nota con fotos de Gardel o algunas de archivo en que está con ella (la famosa del barco, la del grupo familiar en la playa con El Mago en malla). Dos días después, cuando irrumpe en el salón comedor de su casa está preparada como para fotos: un chemise estampado, la palidez española de su cara sabiamente ruborizada por el rouge, los labios asistidos por una encarnada pasión de barrita. A esta altura el revuelo es total: los chicos ya no saben qué lugar tomar en esa platea donde su abuela será, una vez más, la gran vedette. Seguramente no entienden nada de por qué los señores con cámaras y grabadores buscan a la abuela, no deben tener la más remota idea de lo que es un tango y quién fue ese señor que siempre sale en las conversaciones cuando la abuela es rodeada por cámaras y grabadores, pero están allí, expectantes, tensos, sobre todo cuando la señora Isabel se sienta, hace sentar a los señores con aparatos y los chicos toman un lugar que no abandonarán más en una sesión de dos horas de conversación.

-Bueno, chicos… nada de hablar ni de hacer ruido porque van a grabar y sale todo. Pueden quedarse pero no hagan nada…-Señora: ¿por qué me dijo el otro día que no quiere saber nada con periodistas?¿Está prendido el grabador? bueno, entonces, apágalo porque te voy a explicar algunas cosas.

-No tiene sentido: yo tengo que grabar todo lo que usted me diga porque necesito testimonio irrebatible y…-Bueno, déjalo prendido. Lo que pasa es que yo no quería hablar más con periodistas porque el diario “Clarín” de Buenos Aires sacó un artículo diciendo que yo conocí a Carlos, que Carlos me conoció a mí en el Mercado de Abasto. Y nunca viví en el Mercado de Abasto… y cuando Carlos andaba en esos asuntos, yo todavía no había nacido… Yo conocí a Carlos cuando Carlos ya era un gran cantante…

¿Cuántos años tenía Gardel entonces?-El ya tenía treinta y cuatro años y yo no había cumplido catorce… me llevaba veinte a mí… Pero no aparentaba esa diferencia: yo siempre fui una chica alta, cara de nena, claro…

¿Cómo lo conoció?
-Yo vivía en la calle Sarmiento, entre Carlos Pellegrini y Esmeralda, y enfrente estaba el Mercado de Abasto. Entonces yo bajé al Mercado y en eso para un auto y venía Carlos con su secretario. El secretario era pariente mío, que era Martínez. Porque yo me llamo Isabel Martínez del Valle. Entonces él me traía las entradas para ir a ver a Carlos. Y entonces Carlos dice:”¿Y ésta quién es?”. Y dice Martínez: “Es mi parienta, le vengo a traer las entradas”. Entonces empezamos a hablar y a hablar y mi pariente dijo que mi mamá sabía hacer un lindo arroz a la valenciana, y Carlos dijo que iba a venir a comer mañana, y yo le dije:“No! Usted no viene a comer porque eso lleva mucho trabajo…” Pero al otro día él se presentó con todo, con todos los ingredientes. Mi pariente era español y sabía todo lo que llevaba… Así que trajo todo y desde ese día nunca más se separó. Me acuerdo que me llevaba al cine, me llevaba al box, porque le gustaba mucho… le gustaba mucho caminar, en fin, todas las cosas. Y ya era un hombre importante: cantaba en el Florida, cantaba en el Esmeralda, en el Maipo, en todos los teatros grandes.

-Pero es curioso cómo un hombre importante de treinta y pico de años sale a pasear con una niña de trece… la vinculación, al principio, habrá sido una vinculación…
-… familiar, claro, amigo de la casa.

¿Y cuánto tiempo lo trató usted?
-Siempre. Hasta la muerte de él. Esa fotografía que sale en los diarios, que estamos los dos juntos, es la última. En el barco la sacamos. Es la que sale siempre.

¿Y de esa amistad, qué es lo que recuerda más profundamente?
-…Y todo. Carlos era un niño… un niño grande. Le voy a contar esto, nada más. Yo estudiaba y llegaba a casa y le preguntaba a mamá:“¿Vino Carlos?”. Y me decía mamá:“No, no vino” Y en eso siento silbar. Yo tenía un loro, y creía que era el loro, pero cuando pasé por al lado del loro resulta que el loro no silbaba… Era Carlos que estaba adentro del ropero silbándome!!! Era un chiquilín grande!… Después a él nunca se le veía triste. Siempre contento, siempre con un chiste en los labios… Había gente que venía y le decía:“Che, me prestás algún pesito?” Y él:“Como no!” Y yo le decía:“¿Vos con todos sos así?”. Y él me decía:“Yo conozco el hambre, así que sí le doy sé porque le doy”. Era muy generoso, sí, pero era también muy supersticioso. Cuando íbamos a las carreras y había una de estas personas que cómo se les dice?

-Jettatore.
-Eso: Jettatore… Bue… Adiós. “Ya no gano un mango”. Y efectivamente: no ganaba un peso. Nos íbamos, pero cuando salíamos, en la puerta vendían la verde para el domingo siguiente, y aunque él decía que no vendría más, igual compraba. Yo le decía para qué compraba y él me decía:“Es que si yo no vengo, no se abren las puertas”… Lo que a él le dio mucha plata fue el caballo Lunático.

CONTINUARA en el libro que reeditaremos AGONISTAS Y PROTAGONISTAS